El problema no es la Reforma Fiscal. Hartos números tenemos sobre su necesidad y la demanda de la sociedad para que se invierta en sectores como educación y salud.
Los gemidos de la oposición son electoreros, si fueran gobierno harían algo semejante.
El problema es la falta de control de los ciudadanos sobre los gastos de nuestros gobiernos. Un manejo del presupuesto nacional oculto y violando las leyes. Tanto el gobierno de Leonel Fernández, como el de Hipólito Mejía, incurrieron en semejantes prácticas. Hasta el momento no está claro si el presidente Danilo Medina incurrirá en dichas prácticas.
La cuestión no es el beneficio o perjuicio de los gastos de una administración gubernamental, si no que sea transparente y validado por la población. No podemos seguir como niños que aplauden si nos regalan juguetes, sin tener conciencia de las posibilidades reales del presupuesto, para que luego que nos digan que no tendremos postre en la comida y lloremos malcriadamente.
Todos nos merecemos un presupuesto estable y sostenible a largo plazo, y debemos exigirlo. Eso no niega que es deber demandar la investigación y sometimiento a la justicia de quienes en la pasada década usaron miles de millones sin refrendarlo con la población. No hay crisis local o mundial que lo justifique.
Si somos nosotros los que pagaremos la cuenta, debemos decidir el menú y ser los comensales. Si alguno comió langosta y nos dejó la piltrafa, que los tribunales los juzguen, pero ahora hay que obligar a este gobierno a ser transparente en el gasto y validarlo frente a los que pagamos. Es hora de una democracia de adultos.