- Publicidad -

- Publicidad -

El valor del disentir

Históricamente, el acto de disentir ha sido concebido como un componente fundamental del diálogo democrático y del desarrollo intelectual y personal de la gente.

Durante las etapas formativas de muchas generaciones, incluyendo la mía, expresar desacuerdo no se interpretaba como un acto de confrontación, sino como una manifestación legítima de la pluralidad de ideas, enmarcada dentro de un contexto de respeto y consideración mutua.

Desde hace un tiempo, se observa una tendencia creciente hacia la autocensura, motivada por el temor a la desaprobación social o profesional, especialmente en entornos donde existen jerarquías explícitas o implícitas.

Un factor clave que contribuye a esta dinámica es el auge del egocentrismo en la sociedad contemporánea, un fenómeno caracterizado por una excesiva focalización en el “yo” y en la percepción individual como centro de la realidad que limita la capacidad de las personas para aceptar y valorar puntos de vista distintos.

En un contexto donde la autoimagen y la validación externa se han vuelto prioritarias, diferir o ser discrepante puede percibirse como una amenaza directa a la identidad y al estatus personal o una malcriadeza del interlocutor.

El egocentrismo amplifica la sensibilidad ante críticas o diferencias, generando una reacción defensiva que prefiere el silencio o la autocensura y el cumplimiento, a veces indeseado, o la simple obediencia antes que el diálogo abierto.

Estas manifestaciones pueden analizarse desde diversas perspectivas, entre ellas, la irrupción de las redes sociales que ha modificado significativamente la dinámica del intercambio comunicativo, intensificando la velocidad y el alcance de las reacciones, muchas veces carentes de matices y propensas a la polarización.

Asimismo, la cultura contemporánea de “lo políticamente correcto” y el riesgo de la cancelación o de la desvinculación han instaurado un clima donde la expresión libre de ideas se ve restringida por el miedo a consecuencias negativas.

Las implicaciones sociales de esta autocensura son múltiples y preocupantes y se refleja en la limitación del debate público y en la reducción de la diversidad de opiniones, que, incluso, pueden afectar la calidad de la deliberación o la participación democráticas y, por ende, la salud de las sociedades.

Además, desde un enfoque psicológico, la represión de opiniones auténticas puede generar efectos adversos en la salud emocional de los individuos, tales como ansiedad, estrés y sensación de aislamiento.

Es un comportamiento que se siente en todos los espacios: en núcleos familiares, en escuelas, universidades, iglesias, organizaciones populares, partidos políticos, sindicatos, colegios de profesionales, centros de trabajo y, aunque parezca una exageración, hasta a lo interno mismo de cada quien.

Ya nadie quiere darse la oportunidad de equivocarse, de cometer un error, de admitir que el otro es quien tiene la opinión o la visión correcta, de admitir que no es obligatorio tener la razón siempre y que “errar es de humanos”.

Ahora, se vive la cultura del silencio frontal, la cultura del miedo al qué dirá o al qué hará si yo digo lo que opino, lo cual, naturalmente, genera chismes, incertidumbres, ansiedades, temores, muchos temores y hasta pánico.
Para contrarrestar esta tendencia, resulta imperativo promover espacios de diálogo seguros y respetuosos que valoren la discrepancia como un recurso enriquecedor y no como una fuente de conflicto.
La recuperación del valor del disentir requiere un esfuerzo conjunto desde los ámbitos familiar, educativo, social y cultural, encaminado a fortalecer la confianza y la tolerancia hacia la diversidad de perspectivas.
Considero que el respeto a disentir o a ver las cosas desde otras ópticas no debe entenderse como un ejercicio de confrontación, sino como una manifestación esencial de la convivencia democrática y del desarrollo social, por lo que su promoción debe ser una tarea urgente para fomentar comunidades más inclusivas, reflexivas y resilientes.
No tengo la menor duda de que la convivencia se fortalece en la disidencia y que la democracia requiere de ese elemento para su necesaria expansión. Sin dudas, sería una mejor forma de vivir en paz, en respeto y en reconocimiento.

Etiquetas

Artículos Relacionados