El valor de un regalo

El valor de un regalo

El valor de un regalo

Rafael Chaljub Mejìa

El camarada Manuel Salazar acaba de regalarme un libro: El Comité Regional Clandestino actúa. Las memorias de Aléxei Fiodorov, cuadro del Partido Comunista de la Unión Soviética, encargado de organizar en Chernigov la resistencia clandestina a la ocupación de la Alemania nazi que se produjo a partir del primero de junio de 1941.

A los primeros embates de los invasores, quedó destruida la estructura creada, Fiodorov tuvo que empezar de nuevo, entre soldados ocupantes y espías ucranianos, y a golpe de coraje llegó a formar junto a sus camaradas toda una fuerza guerrillera que apoyó eficazmente al Ejército Rojo en el curso de la guerra patria en la región de Ucrania.
Fiodorov fue declarado Héroe de la Unión Soviética y en su pueblo natal le fue erigido en vida, un busto en bronce en una plaza pública.

Las primeras noticias sobre el libro me las dio Amauri Germán, que lo había leído en Cuba. Una tarde de 1969, pregunté por la obra en una librería. No lo tenían, pero alguien me oyó, Marcos Rodríguez, que había sido mi profesor de Socialismo Científico en el primer cursillo impartido por el Catorce de Junio el año anterior. “Te lo presto porque sé que me lo devolverás”, me dijo Marcos.

El libro me cautivó. Como cuadro intermedio del Movimiento Popular Dominicano (MPD) me tocó actuar en la región Norte, desde la rigurosa clandestinidad impuesta por el régimen de los doce años y Fiodorov y su heroísmo fueron fuente de inspiración para mí y mis compañeros en nuestra desesperada resistencia.

Hice famoso el libro y mis camaradas se interesaron en él, aprendí a escribir a máquina mientras lo copiaba, letra a letra, tecla a tecla. Distribuí las copias mecanografiadas y el nombre y el ejemplo de Fiodorov se propagaron.

Ya el libro tenía cuatro años en mis manos. A fines de 1973 el MPD me trasladó a la capital, la obra se me quedó en el Cibao, caí preso en enero de 1974, perdí el rastro de la obra, pero desde la cárcel logré localizarla en La Vega, a donde fue doña Dulce a rescatarlo.

Al salir libre en 1976, busqué a Emma Tavárez Justo para mandarle el libro a su esposo Marcos, seis años después. La noté incrédula. “No te sorprendas, le dije, yo le prometí que se la devolvería y el hombre es hombre por su palabra”.
Al recibirlo ahora, vuelven a mi recuerdo todas las emociones y enseñanzas que las lecturas de aquel entonces me dejaron.



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