Los partidos políticos han entrado en una etapa de la campaña electoral y de los movimientos tácticos y estratégicos que mantienen a sus altos dirigentes envueltos en una dinámica poco común.
Están todos muy activos, especialmente porque deben acogerse a unos plazos de ley, pero también porque si no alcanzan acuerdos sonoros corren el riesgo de parecer rezagados.
En realidad no es un proceso novedoso.
Cada cuatro años, con la vista puesta en las estaciones del torneo electoral, este activismo empieza con pasos medidos y concluye con un ritmo febril.
Hasta este momento se alcanza a ver la conformación de líneas de fuerza alrededor del partido de gobierno y de una coalición opositora conformada como si lo que estuviera en juego fuera algo más que las posiciones electivas para las que han sido establecidas las candidaturas.
Y tal vez sea este el caso, porque esta vez tiene sus riesgos llegar al final del proceso en una lejana posición respecto del objetivo último, que no es otro que el poder, no porque los electores dominicanos se hayan vuelto cínicos o definitivamente materialistas, sino porque es la dirección en la que han estado siendo empujados de año en año y de proceso en proceso.
Ninguna idea mueve hoy día a la política ni parece que a la gente le haga falta.
¿Cómo aspirar a la lealtad de socios y electores empujados por los hechos a poner los pies sobre la tierra?
Lo único que se le ha ofrecido a la población dominicana desde estas parcelas ha sido el poder y sus frutos, algunos grandes y otros, definitivamente, marginales; pero frutos al fin y al cabo.
Más allá de esto no hay nada. Y es posible que la alta dirección de los partidos políticos esté a cargo del riesgo que acompaña un pobre desempeño electoral en cualquiera de las dos grandes mangas de las elecciones del año que viene: la municipal, a mediados de febrero, y la presidencial y de legisladores, tres meses después.