El último de los comuneros de París

El último de los comuneros de París

El último de los comuneros de París

Ahora que los trabajadores han vuelto a tomar las calles en esa histórica ciudad, el recuerdo vuela inevitablemente a la jornada memorable de la Comuna de París, primera revolución proletaria y primer gobierno obrero de la historia mundial.

Sobre ese importante acontecimiento, Carlos Marx dijo que entonces los obreros franceses, muchos de los cuales eran militantes de la Primera Internacional, habían tomado el cielo por asalto.

En efecto, París quedó bajo el gobierno de la clase obrera durante setenta y dos días, a partir del dieciocho de marzo de 1871, cuando la bandera roja del proletariado internacional ondeó sobre el Ayuntamiento de la capital de Francia.

Vino el golpe aplastante de las fuerzas superiores de la contrarrevolución, que recuperaron la ciudad y destruyeron la Comuna a punta de millares de ejecuciones.

Un domingo, 15 de febrero de 1981, estaba yo en París, de regreso de Albania y en tránsito hacia mi país, cuando mi inolvidable camarada Joseíto Crespo me llevó de paseo al cementerio de Pierre Lachail, a ver la tumba de Trujillo.

Frente a ella pensé en cómo las vueltas de la historia llevaron a quien se creyó dueño y señor de un país y sus habitantes a tratar de encontrar descanso pasajero a centenares de millas de su tierra.

Pasamos luego a un sector que parecía dedicado a alojar los restos de personajes célebres del movimiento comunista, como el escritor Henry Barbouse; Paul Lafargue, Laura Lafargue, hija de Carlos Marx y esposa de Paul.

Vimos el Muro de los Condenados, lugar del cementerio donde fueron ejecutados muchos de los comuneros.

Y sobre una sepultura específica, un nombre, Adrien Lejeune, el último de los comuneros, que tras haber sobrevivido setenta y un años al glorioso episodio, había muerto en Novosibirsk, Unión Soviética, en 1942, en los días heroicos de la Gran Guerra Patria contra los invasores nazis. Sobre el granito oscuro de la tumba, una placa que los obreros de los Urales le dedicaban al personaje: “A Adrien Lejeune, amigo de todos los trabajadores del mundo, enemigo de la guerra imperialista”, leí en la placa.

Hoy, las cenizas de Lejeune y sus compañeros seguirán inertes en el viejo cementerio, pero las movilizaciones que actualmente llevan a cabo los franceses con sus chalecos amarillos, confirman que pese a todo, la llama revolucionaria encendida por los comuneros alumbra todavía.



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