En su estructura, el libro “Pentimentos. Apuntes sobre arte y literatura” (2021), de Jochy Herrera, se presenta dividido en dos partes que siguen al introito.
Esa división es solo analítica, porque en términos sintéticos, se trata en realidad de un puente más que de una frontera.
En la primera parte titulada “El lienzo”, el autor se detiene sobre el lenguaje pictórico, gráfico o escultórico, donde el cuerpo ocupa un plano central, pero con una permanente e ineludible alusión y concatenación con el lenguaje literario.
En la segunda, llamada “La página”, hace girar el juicio en torno a la obra literaria y por tanto, la palabra, invadiendo el centro de su sensibilidad y agudeza críticas, pero queda en sus enunciados, como un vestigio indeleble, la constante alusión a las artes visuales, a la imagen y a sus protagonistas, desde la Antigüedad hasta la modernidad tardía.
De lo que trata la obra es de revelaciones, de concepciones del arte y la literatura tamizadas por la formación intelectual y la sensibilidad estética de un ensayista de fuste, provisto de una viva y vasta cultura. Todo ensayo bien logrado es un universo en movimiento al que van a recalar, en armónica cadencia, las ideas, las emociones, los conceptos y la imagen, la palabra y el silencio, los sonidos y colores, el vacío y la plenitud, el descontento y la promesa que desentrañara el insigne humanista Pedro Henríquez Ureña.
Hay, en su propio manantial de intuiciones y aciertos, en los abismos de sus interrogantes, en las curvaturas de sus dudas, la personal enunciación que perfila el diseño de un estilo, de una voz particular, el acento de un sujeto que da nombre a la característica de lo escrito, lo pensado y lo sentido.
Un ensayo es, lo afirman los maestros, el ejercicio escrito del pensamiento en libertad, desde la libertad y para la libertad.
El ensayo es pensamiento y no despliega sus alas el pensamiento mismo allí, donde el espíritu yace encadenado, mediatizado, adoctrinado o arrodillado ante el fasto del poder, su manipulación capciosa y su nublada finitud.
En “El lienzo”, en tanto que soporte del trazo, el esquicio y el color, y haciendo guiños al paradigma espiritual de la Paideia griega y del Renacimiento, con un uso diestro y personal de la lengua de Cervantes, Salinas y del Cabral, nuestro ensayista dirige su vital contemplación activa hacia obras como el tríptico “El jardín de las delicias” (1490-1500) y “El carro de heno” (1500, 1502 o 1516), del pintor holandés el Bosco; los “Desastres de la guerra” (1810-1820) y los “Caprichos enfáticos” (1797-1798) de Francisco de Goya; la serie denominada “Abu Ghrahib”, de Fernando Botero; trabajos sobre Van Gogh, Munch, Klimt y su discípulo Schiele, Modigliani, Vitruvio, da Vinci, Brueghel, Durero, Ramón Oviedo, Rosa Elina Arias, Nelson González e Iris Pérez Romero.
Se da, pues, una recuperación distendida de la écfrasis clásica, en la medida que desde el lenguaje escrito se persigue el análisis y descripción de las obras del arte visual.
En el soporte de la palabra o “La página”, Jochy Herrera pondera, exaltando la tarea crítica de John Berger, la postura del escritor que admira y se confiesa por escrito ante la obra de arte.
Además, analiza la metáfora en Graciela Reyes; retoma, con Octavio Paz y Byung-Chul-Han la obra humanística y científica de Francisco González-Crussí y se deleita, ante la narrativa del inmenso Julio Cortazar, la poesía y las canciones de Luis Eduardo Aute, las palabras, rotas y recuperadas, de Luis García Montero, Eduardo Galeano, Soledad Álvarez, René Rodríguez Soriano, José Alcántara Almánzar, Junot Díaz, Rita Indiana, Rey Andújar y José Mármol, entre otros.