La forma violenta e imprudente en que muchos conductores se desplazan por nuestras calles y avenidas se ha convertido en una amenaza cotidiana para la vida.
Conducir hoy parece ser una competencia de fuerza y rapidez, donde el respeto a las normas básicas de tránsito queda relegado frente a la impaciencia y la intolerancia.
No respetar la luz roja del semáforo, aun sabiendo que esperar apenas 30 o 40 segundos puede evitar una tragedia, es una muestra clara de irresponsabilidad.
A esto se suma el uso desmedido de la bocina, que comienza a sonar incluso antes de que el semáforo complete el cambio, reflejando una ansiedad colectiva que se traduce en caos y agresividad.
Los conflictos por simples roces entre vehículos escalan con rapidez a enfrentamientos verbales y, en ocasiones, físicos. Los accidentes de tránsito continúan siendo un grave problema, no por falta de leyes, sino por la imprudencia.