El sino de la codicia

El sino de la codicia

El sino de la codicia

David Álvarez Martín

He insistido mucho que predecir lo que ocurrirá luego de que termine esta cuarentena -y otras probables- es ingenuo. Sí podemos intervenir -y esto que escribo es una forma- en las acciones que desde el presente intentan modelar el futuro inmediato. El futuro no es predecible, pero sí podemos laborar para que tenga tal o cual forma, siempre entendiendo que son muchos los factores y los actores que impulsan agendas diversas para concretizar un futuro determinado. Los futuros, que ahora son pasados, se materializaron en esa compleja combinación de fuerzas sociales, oportunidades económicas, innovaciones, tendencias ideológicas, influencias externas, patrones culturales, entre otras variables, sin olvidar la conocida teoría del Cisne Negro que nos alerta de lo inesperado como posibilidad para explicar un acontecimiento.

Un buen ejemplo de cuan diferente sería este presente si no hubiesen ocurrido hechos en el pasado que hoy nos resultan naturales: el internet. Imaginemos un mundo sin ese recurso de comunicación viviendo una cuarentena como la actual. Nada de teletrabajo, ni educación en línea, ni intensos vínculos entre amigos y familiares en todo el globo, nada de eso. Pero a su vez podríamos pensar en hechos que pudieron ocurrir en el pasado -y no ocurrieron- que también modificarían el presente. Avances en la medicina o en la química que pudieron impedir tantos muertos, incrementos en las inversiones en los sistemas de salud pública que hubiesen amainado muchos de los efectos del virus. Muchos analistas han demostrado el efecto trágico que ha tenido el desmonte de servicios y estructuras de salud durante la administración Trump, como venganza política contra Obama, que hoy genera no menos de 100 mil muertos.

En gran medida valores como la codicia y el individualismo han marcado intensamente el desarrollo de la modernidad y específicamente el capitalismo como sistema económico. Ambos aparecen en varias etapas de la historia de la humanidad previo al siglo XVI, pero es a partir del desarrollo del ideal burgués de vida que la codicia pasó a tener legitimidad en muchos estratos sociales y el individualismo encontró grandes mentes que lo legitimaron como condición natural del ser humano (Maquiavelo, Descartes, Hobbes, entre otros) y enfrentaron los discursos religiosos que proponían la pobreza y la anulación personal frente a una deidad que no toleraba competencia del ser humano en cuanto a poder, riqueza o una vida cómoda en esta tierra.

En el presente la codicia y el individualismo domina los modelos “exitosos” de sociedades e individuos que dominan el curso de la historia del planeta, los que no se adscriben a esos patrones se tornan marginales, impotentes en la toma de decisiones multilaterales y grises en los medios de comunicación planetarios. Es tal la fuerza de la codicia que oímos constantemente discursos religiosos que ubican la prosperidad material como señal de la bendición divina y la equidad es deformada hasta convertirla en la perversa filantropía que tira migajas al piso para la mayoría de la mesa pletórica de comida de la minoría. En esta cuarentena la codicia no ha cesado. Lo vemos en nuestro país en las compras del Estado plagadas de corrupción o la descabellada idea de que los trabajadores tomen el 30% de sus fondos de pensiones para consumirlo en el presente.

La codicia que normó nuestra sociedad y el mundo previo al virus, y lo está durante esta cuarentena, la encontraremos con fuerza cuando salgamos de esta etapa. Por muchos análisis financieros que leo noto que será el despliegue rentable de la codicia lo que marcará el fin de esta pandemia, sin importar cuantos muertos se lleve de encuentro.