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El Silencio cómplice es más nocivo que difamar

Luis Garcia Por Luis Garcia
El Silencio cómplice es más nocivo que difamar
Periodista Luis García

Nuestra Carta Magna condiciona el disfrute del amplio abanico de libertades públicas que consagra relativas a los derechos de expresión y de información, al respeto del honor, la intimidad, así como a la dignidad y la moral de las personas.

Aunque este precepto es aplicable a la comunicación en sentido general, de manera particular coloca en un punto medular el ejercicio del periodismo, dado que trasciende a lo normativo para calar, en forma de espada, en la ética cotidiana.

Y en esos días en que la sociedad dominicana ha visto poner de moda el concepto de difamación, delito que figura en las leyes 6132, sobre Expresión y Difusión del Pensamiento; en el Código Penal de la República Dominicana, y en la Ley 53-07, sobre Crímenes y Delitos de Alta Tecnología, caería bien una reflexión en tal sentido.

En la reflexión vamos a tomar como punto de partida a las personas, el interés nacional y el ejercicio de la comunicación, bajo la premisa de que los efectos e incidencias de ésta última son indiscutibles en la política, la democracia y el ejercicio del poder político, lo que obliga a repensar la situación desde la comprensión de la ética periodística.

Desde lo general se puede afirmar que no hay derecho a difamar a ninguna persona; pero no menos cierto es que, en lo particular de los periodistas, éstos están éticamente obligados a actuar con honestidad, procurando, al menos, la verdad posible en un mundo matizado por fuertes intereses económicos y políticos.

Esto así, en virtud de que el silencio cómplice ante situaciones que afecten el interés nacional es más nocivo que la propia difamación.

Los periodistas profesionales saben que su rol no consiste en callar ante el poder político, aunque le simpatice en una coyuntura determinada; la misión consiste en criticarlo para servir de contrapeso en las sociedades democráticas.

Esta misión se hace más valiosa si sus voces influyen en la sociedad y se catapultan desde medios de comunicación tradicionales.

En esta sociedad del espectáculo, aunque parezca inverosímil, a pesar del vertiginoso desarrollo tecnológico experimentado en las últimas décadas y a la incursión de las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales conservan un enorme poder, que radica en que siguen siendo los que colocan los principales temas de las “agendas” públicas.

El hecho de que, prácticamente, se obligue a todos los sectores sociales a adoptar esas “agendas”, de alguna manera disminuye el impacto de las redes sociales como factor estrella en las relaciones de poder.

En el 1972, los investigadores Maxwell McCombs y Donald Shaw abordan a profundidad el tema de lo que posteriormente se denominaría Agenda Settig, en la que establecieron el poder de los medios de comunicación de masas de dirigir la atención de la opinión pública hacia ciertas cuestiones particulares, que ellos presentan como las más sobresalientes y problemáticas en cada momento.

Los valores éticos se han convertido en un reto sumamente importante, casi como un imperativo, para los individuos y la sociedad global, en vista de que representan un compromiso con la verdad.

Nada, fuera de la verdad, representa un intangible de tanto valor para el ejercicio del periodismo. Los periodistas pierden automáticamente su reputación en la medida en que ceden al poder político a cambio de prebendas o de egos.

Los principios de libertad, justicia, responsabilidad y generosidad deben prevalecer más allá de los intereses particulares o grupales.

En la balanza social, difamar pesa menos que el silencio cómplice de ciertos periodistas que abandonan su rol de la crítica bien fundamentada.

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