Somos seres emocionales y relacionales. Se espera, por lo tanto, que estemos conscientes de que podemos afectar a otros a través de las palabras, del gesto o de la acción; sin embargo, la mayoría ni lo sabe, ni lo entiende y mucho menos lo pone en práctica.
En el día a día, de manera alarmante, se registra el irrespeto a los padres y a los hijos, a los amigos y a los vecinos, a los profesores y a los estudiantes, al compañero de trabajo y a la pareja… se irrespetan los principios, las creencias y los derechos.
Estamos viviendo en una sociedad donde un significativo número de sus habitantes no respeta las reglas familiares y sociales y ese irrespeto está presente en toda parte, cultivado desde las altas esferas y multiplicado en la base de pirámide, desde los pocos a la mayoría, porque, al fin y al cabo, somos criaturas de aprendizaje y costumbres… y si vemos al de arriba hacer las cosas y estas no son castigadas, lo lógico es terminar validando, por repetición, lo que otros hacen, aunque lo que hagan no sea correcto.
Debemos recordar siempre que, al igual que la educación, el respeto constituye un notable pilar en el bienestar humano y el progreso de los pueblos.
Sin embargo, el respeto no es materia para aprender en la escuela, es asignatura fundamental del proyecto instructivo del hogar.
Todo empieza en casa dicen por ahí y es ahí donde los padres debemos hacer nuestro trabajo… antes de ser ciudadanos y convivir en sociedad, nuestro núcleo formativo fue el hogar. Hay que educarse y educar en el respeto y esto solo se logra con el ejemplo.