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El raso que habló por todos ellos

El raso Daurin Muñoz ha saltado a la fama por atreverse a decir, con el uniforme puesto, una verdad indiscutible: los salarios de miseria que devengan la mayoría de los agentes policiales los condenan a las más espantosas precariedades económicas y a los que no son de talla moral regia los pone en manos del macuteo o la delincuencia.

En este mismo espacio editorial hemos opinado en diversas oportunidades sobre lo absurdo de pretender tener una policía profesionalizada con los salarios que devengan los agentes.

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Alguien podría decir que los países tienen la policía que pagan.

Nosotros tenemos una policía mejor que la que pagamos, pero muy lejos de la policía que nos merecemos y necesitamos.

El raso Daurin Muñoz, quizás sin proponérselo, ha desafiado un modelo que convierte a los policías y militares en ciudadanos de segunda.

Por un lado tenemos agentes que abusan, que delinquen y que atropellan a los ciudadanos; pero por otro lado tenemos a una misma policía cuyos miembros no pueden expresarse libremente ni tienen mecanismos de cómo canalizar sus quejas sin exponerse a “sanciones disciplinarias”.

En la plana mayor policial no faltarán las ganas de “imponer sanciones drástica al atrevido raso”, pero solo lograrían represar un sentimiento de frustración que va creciendo en las filas de esa institución.

¿Se han preguntado los que conducen los destinos de la nación cómo un agente policial logra saciar sus necesidades más básicas con los salarios que devengan? La respuesta podría espantar.

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