“En Glasgow construimos un puente”. Así calificó Patricia Espinosa, Secretaria General de Cambio Climático de la ONU, el resultado de la COP26.
Un puente que acordó trabajar en un ambicioso programa de trabajo para “definir el objetivo global” sobre adaptación al imparable cambio climático provocado por la emisión de gases contaminantes en sectores dependientes de combustibles fósiles.
Un puente que propuso “continuar incrementando el apoyo a los países en vías de desarrollo”, cumpliendo el compromiso pendiente de financiar con US$100 mil millones anualmente nuestras necesidades de financiamiento climático y, quizás, duplicar lo asignado para la adaptación.
Un puente que identificó la severa brecha entre las emisiones que continúan generando los grandes contaminantes pese a sus esfuerzos por contenerlas, mientras que otros, ejerciendo su derecho al desarrollo, poco hacen para mitigarlas, condenando a los pequeños estados insulares como el nuestro a la desaparición de actividades económicas fundamentales para la generación de alimentos, divisas y empleos por efecto de la elevación del nivel del mar, el cambio en el patrón de lluvias y el incremento en la frecuencia e intensidad de los huracanes.
Así lo recogieron las oportunas intervenciones de la delegación dominicana, cuyo liderazgo en la preservación de los bosques como sumidero de carbono para sustraer gases contaminantes de la atmósfera recibió un merecido reconocimiento.
La realidad es que todo el proceso de las COPs contiene una contradicción que será difícil superar.
El ejercicio busca acordar contribuciones nacionales y planes de largo plazo que descarbonicen nuestras economías con miras a contener y reducir las emisiones contaminantes.
Para ello requerimos adaptación, mitigación, financiamiento y transferencia de tecnologías que nos permitan reducir y eventualmente eliminar el uso de combustibles fósiles, cuya extracción y explotación deja una enorme huella carbónica que no para de crecer.
Esa economía extractiva debería ser sustituida por otra más sostenible, dependiente de recursos renovables como el sol, el viento y las mareas, cuya energía potencial teóricamente supera nuestras necesidades actuales y futuras.
Hasta ahora sin embargo la capacidad efectiva de las renovables dista mucho de poder reemplazar las fuentes convencionales, como se vio durante el verano del 2021 en España, país pionero que paradójicamente debió reintegrar la generación a base de carbón.
Por si fuera poco, incrementar la capacidad efectiva de las renovables requerirá utilizar masivamente baterías y turbinas eólicas, para cuya fabricación se requieren minerales críticos, cuya extracción tiene una huella carbónica igual o superior a la de los combustibles fósiles.
Mientras tanto, China, Corea del Sur, EEUU, Francia y Rusia contemplan reiniciar sus inversiones en energía nuclear por no emitir gases contaminantes, aún y si depende de insumos radioactivos que son a su vez fuente de desechos tóxicos cuyo manejo seguro nunca se resolvió satisfactoriamente.
Parecería entonces que la transición energética derivada de las COPs implicará reemplazar la economía extractiva de combustibles fósiles por otra, también extractiva, pero de minerales críticos y radiactivos también contaminantes.
¿Será que, en materia de sostenibilidad, el puente de Glasgow nos llevará a ninguna parte?