El pueblo y el presidente

El pueblo y el presidente

El pueblo y el presidente

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Resulta esperanzadora la respuesta que ha ofrecido la sociedad dominicana a las devastaciones provocadas por el huracán Fiona en la zona Este del país, que es donde se concentra una parte significativa de la actividad turística, imprescindible para lograr los índices de recuperación de la economía nacional y de la normalidad ciudadana e institucional.

Resulta estimulante el hecho de que las tareas se ejecutan bajo las órdenes directas del presidente Abinader quien, como es su estilo, se ha entregado en cuerpo y alma a ordenar, dirigir y plasmar en los hechos los esfuerzos públicos y privados para restablecer la cotidianidad y el orden.

De manera personal y acompañado por su equipo de trabajo, ha visitado la generalidad de los lugares devastados o en situación complicada y ha dictado y supervisado los inicios de la ejecución de las soluciones mediatas e inmediatas a fin disminuir el sufrimiento del ciudadano y las pérdidas de la sociedad en su conjunto.

Nada de aspavientos ni la pretensión de utilizar las situaciones críticas para recurrir de manera equívoca a los fondos de emergencia y el endeudamiento vicioso con el propósito de aprovechar el momento para abrir las puertas al largo brazo de la corrupción mientras el pueblo espera abatido y agobiado por la necesaria e imprescindible presencia de las autoridades.

Es en situaciones de esta naturaleza donde se asienta el liderazgo y la fe pública. Muy sutilmente, cada proceder del Ejecutivo es una lección del ejercicio de gobernar en beneficio de la colectividad. A todo lo largo y lo ancho de nuestra historia contemporánea hemos sufrido los latigazos de la demagogia y el abuso corrupto y maleado de los recursos disponibles por parte de unos pocos aprovechados, jurados enemigos de la Patria y del pueblo.

Quizás sea este el momento para exhortar una vez a nuestros conciudadanos a que se organicen de manera inteligente, en cada barrio, en cada calle, en cada provincia, teniendo como norte los ideales duartianos, no de la politiquería ni del oportunismo. He insistido de manera reiterada en que es el pueblo organizado el que debe velar por sus intereses e impedir que lo transformen en víctima de los intereses de minorías de apetitos insaciables.

Tal y como expongo a lo largo de la trilogía de libros que escribí con ese exclusivo propósito y que tiene como figura fundamental un hombre del pueblo devastado por las circunstancias, es preciso que los dominicanos se organicen para velar por sus intereses colectivos.

Es preciso crear en todas las dimensiones una gran muralla contra el crimen, los abusos, la depredación, las pandillas, el narcotráfico, el uso indebido de los bienes del Estado, la protección de nuestros valores patrios, de la mujer, de los niños, de nuestros jóvenes, de nuestra cultura. Es esencial crear los mecanismos para que se produzca una respuesta masiva contra el desorden, la impunidad, los abusos, el uso indebido de los bienes del Estado.

Es básico organizar al pueblo en torno al peligro que representa tanto el pandillerismo como la presencia de gente indeseable en posiciones relevantes. Lo es respaldar firmemente al gobierno en los esfuerzos por levantar un muro infranqueable en la frontera y estar preparados para cualquier eventualidad que se esté gestando en contra de la independencia, la paz y el futuro de nuestro pueblo y de nuestro territorio.

Es esencial que quienes han depredado al Estado sigan siendo juzgados y condenados. La lucha contra la delincuencia callejera, las pandillas de narcotraficantes, el tráfico humano, la prostitución infantil, la especulación y la corrupción con propósitos políticos no debe ceder ni una sola pulgada.

Tal y como se predicaba en el pasado en los círculos de izquierda, solo el pueblo salva al pueblo. No basta con los esfuerzos oficiales, es preciso que cada ciudadano asuma que el haber nacido en territorio dominicano debe concebirse como un deber, el de preservar, cuidar y proteger a la Patria.

El presidente Abinader está dando un magnífico ejemplo de lo que es proceder en ese sentido e inspirado por los ideales de nuestros grandes hombres y mujeres sin una pizca de favoritismo ni inclinación por intereses particulares o personales espurios.

Es la ruta a seguir para que República Dominicana logre la paz, el progreso, y recupere su orgullo y la indeclinable lealtad a los principios predicados con su sangre y sus vidas por Duarte, Sánchez y Mella.