Dice una frase poética del Manifiesto Comunista: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Con las nuevas tecnologías de la era digital y el “boom” de las redes sociales, la noción de poder político también se ha diluido: licuefacción o desolidificación. Este hecho representa el fin del poder como se concebía o concibió siempre.
La idea del poder concentrado en un centro o en dos manos –dictador, tirano, rey, emperador, etc.- ha sido borrada como la arena en el borde del mar. Y este proceso ha sido posible, gracias a la revolución digital de los ‘mass medias’. Antes, el poder era más difícil conquistarlo y perderlo. Ahora es más fácil perderlo y ganarlo.
Un mandatario puede perfectamente ganar el favor del pueblo y perderlo en lo que pestaña una serpiente. Moisés Naim ha dado cátedra de lucidez conceptual sobre el fin del poder.
Las aristas y estructuras de poderes eran más sólidas; hoy son más frágiles y volátiles, es decir, más líquidas -para parodiar el concepto de “modernidad líquida”, fundado por Bauman.
El poder ya no está en el centro de la esfera política, sino en cualquier lugar del espacio social. Disuelto o diluido, concentrado o solidificado, el poder siempre ha sido ejercido desde una estructura piramidal sobre las masas o la oposición.
El poder no perdona: cae sobre sus adversarios, de modo vertical, nunca horizontal.
En la antigüedad, el medioevo, y aun en la modernidad, el poder tenía otros ribetes, intríngulis, estructuras y centros de gravedad.
Dentro de los focos de ataque al poder, los medios de comunicación siempre han sido sus víctimas sacrificiales para expandirse o ejercerse, en virtud del obstáculo que encarnan como receptáculo de denuncia, crítica o sátira. Las redes del poder contra la prensa informativa se aplican de manera intimidatoria, a fin de lograr sus objetivos políticos y permanencia desde la esfera más alta.
Para ejercer su reino de terror o coacción, el poder usa medios coercitivos como biombos de contención. O la cárcel, el exilio, la persecución, la tortura o la muerte como espejos intimidatorios.
Si en el pasado se usaba la coerción o cooptación amenazante, hoy –y siempre- se emplean la difamación, la injuria o el chantaje.
Si bien la prensa tradicional con sus medios ejercía su derecho de informar y criticar, hoy, con el uso de nuevas tecnologías informáticas, y el ciberperiodismo, no actúa como un enemigo tan poderoso sobre el poder político, como en el pasado, sino que estas vías de denuncia, por medios digitales, las están usando el pueblo, los ciudadanos y los grupos de presión social, como armas muy poderosas.
Contrario al pasado, cuando los medios de comunicación no poseían su potencia de difusión masiva, viral, seductora y vertiginosa y, hasta cierto punto, subversiva, como parecen ejercerlo en la actualidad mediática.
El ejercicio ético de la prensa radial, escrita o televisiva siempre ha sido el mismo: informar y comunicar, decir la verdad de modo ágil e imparcial.
Esa ha sido siempre, desde su aparición en el seno de la sociedad civilizatoria, la función de los medios de comunicación. Pero siempre han corrido el riesgo de la censura o la autocensura, la intimidación o la tergiversación de su función, a fin de acallar la veracidad del hecho noticioso.
La influencia de los medios no es tanto de persuadir sino de informar la verdad: se está transformando y convirtiéndose en un desafío para los Estados, el ejercicio del poder político y la seguridad de las naciones. Y en un arma más eficaz como herramienta noticiosa e informativa para los medios en la era digital.