Muchas veces se habla del poder de la palabra, pocas del poder del silencio. Ser capaz de manejar de forma inteligente y efectiva las palabras es todo un arte, algunos lo traen en su ADN, otros lo cultivan a lo largo de los años. Pero saber utilizar los silencios de la misma forma es algo que pocos practican y tampoco es algo que interese desarrollar frente a la capacidad de comunicar verbalmente.
Todo comienza a través de la prudencia, combinación de buen juicio, cautela y moderación. Cuando la practicas te abre la puerta de un arma poderosa: escuchar primero, actuar después.
Y eso te permite siempre un espacio para decidir qué vas a decir, qué quieres transmitir a esa persona que tienes en frente. Y ahí es que tiene cabida el darte cuenta que es mejor permanecer en silencio.
Las razones son muchas y, claro está, totalmente personales. Pero cuando manejas esos silencios logras que los demás compartan mucho más, normalmente porque creen que estás de acuerdo y apruebas lo que dicen.
Además, evitas dos cosas importantes: perder tu tiempo tratando de comunicar a través de la palabra algo que la otra persona no va a recibir bien y escapas de enfrentamientos y discusiones que van a crearte situaciones desagradables de las que un buen silencio te hubiera salvado.
Antes pensaba que era importante tener y transmitir mis opiniones sobre todo y frente a todos, soy de las que creen que siempre hay que decir las cosas.
Sigo pensándolo, solo que ahora mis posturas pueden ser transmitidas a través de un tranquilo silencio que, quizá, se torne incómodo en alguna ocasión, distante e intenso en otras, amable y protector en la gran mayoría.
Pero todos ellos me han llevado al lugar al que quería llegar.
Dejar las cosas claras sin tener que decirlas.