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El PLD entre la unidad interna y la tentación del favoritismo

Manuel Jiménez V. Por Manuel Jiménez V.
Manuel Jiménez V.
📷 Manuel Jiménez V.

En los corrillos políticos y espacios informales donde se conversa sin muchas ataduras, se comenta con insistencia sobre el reto inmediato que enfrenta el Partido de la Liberación Dominicana (PLD): la escogencia de su candidato presidencial con miras a las elecciones de 2028.

Y aunque aún faltan tres años para ese proceso electoral, lo que se discute no es tanto el tiempo, sino las condiciones políticas y organizativas en las que se encuentra ese partido, que todavía intenta levantarse de las derrotas sufridas y de las heridas internas que no terminan de sanar.

Los cuestionamientos más frecuentes giran en torno a si el PLD será capaz de organizar un proceso verdaderamente transparente, donde cada aspirante tenga las mismas oportunidades y donde el liderazgo superior, particularmente su presidente Danilo Medina, actúe con la debida imparcialidad.

Porque si algo queda claro es que, en un contexto de fragmentación y desconfianza, la única garantía de que los resultados serán respetados es que el proceso sea percibido como justo. Y eso depende, sobre todo, de la conducta de quienes están en la cima del partido.

En ese sentido, comienzan a surgir inquietudes –cada vez menos discretas– sobre la actuación del liderazgo del partido.

Algunas voces, incluso dentro del PLD, advierten señales de favoritismo, filtraciones interesadas y movimientos que podrían interpretarse como intentos de influir desde temprano en la balanza de las candidaturas.

Si eso es cierto, estaríamos ante un error mayúsculo. Porque el PLD, más que un candidato, necesita reencontrarse consigo mismo, reconstruir su confianza interna y ganar credibilidad ante la ciudadanía.
No hace falta ser politólogo para entender que el PLD sigue atrapado en una crisis de la que no ha podido salir desde su fractura en 2019, cuando el expresidente Leonel Fernández abandonó sus filas para formar la Fuerza del Pueblo.

A partir de ahí, la organización morada perdió cuadros importantes, se debilitó en sus estructuras y quedó expuesta en el tablero político. La derrota de 2020 confirmó ese deterioro, y con ella llegó también una caída abrupta en su aceptación pública.

Esa caída, además, coincidió con la apertura de múltiples procesos judiciales por parte del Ministerio Público, que llevaron a prisión a varios exfuncionarios de la gestión de Danilo Medina, en una ofensiva anticorrupción sin precedentes en la historia reciente del país.

Frente a esa embestida, el PLD no supo cómo responder. No tuvo una línea clara de defensa institucional, ni mostró capacidad para separar responsabilidades individuales de su proyecto colectivo.

También fracasó en su respuesta a la crisis que provocó la suspensión de las elecciones municipales de 2020, donde terminó cargando con un costo político que nunca logró revertir.

Desde entonces, el partido ha venido cuesta abajo. Los resultados de 2024 lo reflejan con claridad: poco más del 10 % de los votos. Una cifra que pone en evidencia la desconexión entre el partido y buena parte de la ciudadanía, especialmente los jóvenes, que ya no ven en el PLD una opción viable de poder.

Frente a este panorama, el camino del PLD hacia 2028 no puede basarse en cálculos internos o favoritismos. Debe ser un proceso de reconstrucción, desde abajo hacia arriba, donde se fortalezcan las estructuras, se escuche a las bases, y se seleccione un candidato con capacidad de generar confianza, no sólo dentro del partido, sino también en la ciudadanía.

Ya hay señales preocupantes: anuncios prematuros, inclinaciones familiares innecesarias, y discursos ambiguos que sólo alimentan rumores.

El PLD necesita, más que nunca, una dirección serena, que piense en el partido más allá de los nombres. Que entienda que este proceso no es sólo una elección interna, sino una oportunidad para reencontrarse con la sociedad.

Si el liderazgo morado no lo entiende y persiste en los errores del pasado, el camino hacia 2028 será aún más empinado, y el desenlace, posiblemente, otro descalabro.

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