En los ámbitos periodísticos se maneja mucho la figura del perro guardián para significar que la prensa tiene el deber de comportarse como tal y ser un vigilante celoso de los actos del Gobierno y de los particulares, para que no se aparten de lo correcto.
Algunos dicen que la única relación aceptable entre el Gobierno y la prensa es la relación de adversarios. A mí me parece un poco exagerada esa manera de ver las cosas.
Me inclino, más bien, a favor de los que afirman que Gobierno y Prensa persiguen el mismo objetivo, que es el bien común, pero caminan por aceras diferentes, cada uno por su lado.
Ahí entra la figura del perro guardián, para ladrar cada vez que el de la acera de enfrente se sale de su carril.
Los cambios paradigmáticos que se están dando en el área de las tecnologías de comunicación e información conducen a que los roles clásicos desempeñados por políticos, medios y periodistas en una democracia se vean trastocados profundamente.
De repente es posible pensar en un mundo sin grandes diarios que marquen diariamente la pauta en la agenda de noticias.
En ese caso, ¿sobrevivirá el perro guardián? Y si lo hace, ¿de qué forma lo hará? Este será el tema de uno de los paneles de discusión que se llevarán a cabo en Lima, Perú, a partir de la semana próxima, en el marco de la 67 Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, a la que asistiré en representación del Grupo de Comunicación Corripio.
Ya les contaré de los frutos de ese cónclave, no sin antes recordar que el tema de la libertad de prensa y sus derivaciones no es exclusivo de los periodistas, sino que compete a todos los ciudadanos, puesto que se trata de un derecho humano fundamental, sin el cual sería imposible defender y hacer valer los demás derechos.