A pesar de un largo historial de eventos climáticos, en ocasiones con graves daños sobre las propiedades y las personas, la tendencia de la gente a despreocuparse o a considerar que no será alcanzada por sus efectos, pesa más que las evidencias.
Hace poco más de un año, el 4 de noviembre de 2022, lluvias torrenciales sobre el Gran Santo Domingo dejaron el saldo trágico de 8 personas muertas y pérdidas materiales multimillonarias.
La noche del pasado martes una crecida del río Fula, en la vecindad de Bonao, arrastró a varias personas de las cuales siete fueron rescatadas, pero hasta ayer personal de socorro había hallado los cuerpos de cuatro víctimas y todavía anoche se hacían esfuerzos por encontrar a una persona desaparecida.
Algunos atribuyen estos efectos fatales al denominado “cambio climático”, pero la realidad es que en el país las aguas siempre han sido causa de daños materiales a veces de consideración y de la pérdida de vidas humanas.
Los efectos de los ciclones San Zenón, entre ellos miles de personas muertas a su paso por la capital dominicana en 1930, las víctimas humanas del huracán David y la tormenta Federico, en 1979, también contados por miles, y las decenas de bajas dejadas por la tormenta Olga, en diciembre de 2007, son una muestra pequeña de que no podemos vivir descuidados ante los eventos climáticos.
Cuando se producen pueden llegar a ser dañinos y entre sus efectos en ocasiones hemos tenido que contar muchas muertes.
A una de las personas que grababan la crecida del río Fula se le oye decir que había advertido sobre una posible crecida porque estaba lloviendo hacia la montaña. Y así fue.
Un río puede ser un lugar apropiado para pasar un buen momento, pero está visto que no podemos entregarnos al entretenimiento o a la diversión sin estar alerta.
No tomemos los ríos, los arroyos y las cañadas como cursos inofensivos de aguas. Pueden ser peligrosos.