Ayer el huracán Beryl, el primero categoría 5 en el temprano junio de la historia, nos pasó lo suficientemente cerca para que sus lluvias afectaran buena parte del país.
Este encuentro cercano con la tormenta debe advertirnos. Aunque no nos tocara, su simple existencia e intensidad son malas noticias para el país.
Antes de que empezara, ya los expertos señalaban que la actual tiene el potencial de ser la peor temporada ciclónica de la historia. No cerró su primer mes sin un récord, que es a la vez un aviso de lo que nos espera a corto, mediano y largo plazo.
La República Dominicana, por su condición de isla, su ubicación geográfica y la importancia de su industria turística y agropecuaria, es especialmente vulnerable al cambio climático.
Esto es suficiente para que pongamos nuestras barbas en remojo, y asumir el cambio climático desde dos perspectivas: la interna y la externa.
En lo interno, tiene que prepararse para enfrentar los desastres. Algo que incluye la organización del sistema de respuesta y gestión de riesgos, así como la adecuación de la infraestructura.
Esto requiere que el cambio en la intensidad de los fenómenos atmosféricos sea tomado en cuenta en todos los niveles y dimensiones de la planificación estatal, lo que también implica planificar para enfrentar los ciclos irregulares de lluvias y sequías.
En lo internacional, nuestro país debe convertirse en abanderado de la lucha contra el cambio climático. Podemos jugar un papel de importancia proporcionalmente mayor a nuestro peso económico o demográfico. Ser una de las naciones más grandes del Caribe y, además, uno de los motores económicos de la región, nos brinda la oportunidad de representarla en esa batalla.
No podemos esperar a que se haga tarde, los efectos del cambio climático no esperan a nadie y cada día será más difícil revertirlos o ralentizarlos. El tema debe ser asumido como un proyecto común de los dominicanos, un punto de unidad nacional en el cual los ciudadanos apoyemos al Gobierno. Es mucho lo que nos jugamos.