Muy bonito, eso no se discute. Bien iluminado, del pin al pon. No quedó ni un hoyito sin encender, todos los bombillitos funcionan a la perfección.
El Palacio Nacional está en Navidad. Pero ¿está bien gastar dinero en eso, cuando el Estado está endeudado hasta la coronilla?
Se me dirá que, comparativamente, el consumo de unos cuantos bombillos encendidos no es nada al lado de los cientos de miles de millones de pesos que suma el déficit fiscal que confronta el país. Puede ser que tengan razón quienes así piensan, desde el punto de vista meramente matemático.
Pero si lo vemos desde la perspectiva del efecto que esto puede producir en el ánimo de la población, tendremos que admitir que esa iluminación del Palacio manda un mensaje negativo a todos los que queremos ver al Gobierno economizando hasta el último centavo.
Talvez es demasiado tarde para enmendar el error cometido, pero aunque sea para que se tenga en cuenta en el futuro, voy a atreverme a dar al Gobierno un consejo que nadie me ha pedido: no basta con ser austero y buen administrador de los recursos nacionales, sino que también hay que aparentarlo. Como la mujer del César.