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El país de todas las sangres

Wilfredo Mora Por Wilfredo Mora
Wilfredo Mora
📷 Wilfredo Mora

En la avenida Grau, en Lima, se celebraban los domingos jornadas folclóricas muy floridas y concurridas, a la que asistía casi religiosamente el escritor indigenista y antropólogo, José María Arguedas (Andahuaylas, 1911-1969), quien alguna vez entre los parroquianos y contertulios que visitaban su carpa en esas ferias, dijo que el Perú era “el país de todas las sangres”. Por eso escribió una novela con el mismo nombre.

El título aludía a la variedad racial, regional y cultural de la nación peruana, lo que debemos comparar de esta monumental novela (publicada en 1964), se desenvuelve entre dos ideas fundamentales: el peligro de la penetración imperialista en el país por intermedio de las grandes transnacionales y el problema de la modernización del mundo indígena, además de ser un intento de “retratar el conjunto de la vida peruana, por medio de la representación de escenarios geográficos y sociales de todo el país, aunque su foco se sitúa en la sierra”.

Arguedas nació en una zona de los Andes que no tenía mayor roce con estratos occidentalizados; luego, a raíz de la muerte de su madre, su madrastra lo obligó a permanecer entre los indios.

Hoy muchos aspectos de la vida occidental han cambiado en el mundo del “capitalismo-imperialismo”, y lo mismo para las comunidades indígenas, las cuales sólo existen en tierra continental, donde hay reservas forestales y grandes montañas.

En nuestra particular isla de La Española, compuesta por dos naciones: Haití y República Dominicana, existe una problemática muy mal estructurada denominada inmigración, aunque algunos la prefieren denominar penetración.

En lo personal, atribuyo las causas de la inmigración haitiana a el elevado costo del analfabetismo, lo que aumenta la intensa movilidad de huir de su país devastado por las razones que fueren (las parturientas, escuelas, trabajos informales, pueden servir de ejemplo).

En los lugares donde cohabitan diferentes razas, etnias y comunidades a menudo ello trae consigo una rica mezcla de tradiciones, costumbres, lenguas, religiones y modos de vida.

Sin embargo, esta convivencia también puede generar desafíos. Creo que la experiencia entre Haití y nuestro país tiene más de lo último.

La relación entre Haití y República Dominicana es compleja y, a menudo, marcada por tensiones históricas, sociales, culturales y políticas.

Aunque se comparten la isla, sus historias, identidades y trayectorias sociales han sido muy distintas, lo que ha influido profundamente en sus relaciones a lo largo del tiempo.

Desde el punto de vista de la convivencia racial y étnica, hay varios factores que han jugado un papel crucial en cómo se desarrollan las relaciones entre ambos países.

Haití tiene una población predominantemente negra, con una gran parte de su población descendiente de esclavos africanos; los del este somos de una identidad mestiza, marcando patrones tradicionales que diferencia a ambas culturas.

“Ser dominicano» es, sin duda, percepción que nos separa de todas las raíces haitianas, a pesar varios episodios de historia compartida y de etapas de migraciones, del oeste hacia el este.

Quizás pueda decirse que la presencia de Haití, así desbordada como la estamos viendo hoy, alcanzará un día la creación de una identidad plural, múltiple, en las que las nuevas generaciones muestren el cambio que como individuo o comunidad nos convierta en mezcla de experiencias y raíces. La «sangre» significa la muerte, pero también la vida.

«El país de todas las sangres», de José María Arguedas, hace referencia al concepto de diversidad étnica y cultural dentro de un país, pero esperemos que en Haití-RD ocurra dentro de dos países.

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