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El oficio de ser político

Desde la antigüedad hasta los tiempos modernos la política ha atravesado distintas etapas de análisis y
concepciones. En el siglo IV a. C., Aristóteles la definió como el arte de vivir en comunidad para lograr
el bien común, y en su reflexión, provista de elocuencia y certidumbre, afirmó: El hombre es un animal político por naturaleza.

Platón en su libro, La República, la plantea como la ciencia del gobierno justo. Considera que su objetivo es crear una sociedad ordenada y virtuosa, guiada por intelectuales y personas moralmente competentes,
como los únicos capaces de gobernar con sabiduría.

Con el devenir de los siglos, Nicolás Maquiavelo, en su controvertida obra, El Príncipe, se expresa sobre la
política como el arte de conservar el poder. La separa de la moral preexistente. Para Maquiavelo, el gobernante debe ser eficaz, incluso usando el engaño o la fuerza de ser necesario.

Su visión dejó instaurado el realismo político. Para Thomas Hobbes es una consecuencia surgida del pacto social; John Locke la certifica como el vehículo de entendimiento entre los hombres para preservar derechos naturales; Rousseau en su clásico, El contrato social, asocia la política a la voluntad del pueblo.
Montesquieu, Marx, hasta Hannah Arendt, contribuyeron a complementar la ponderación sobre una
ciencia que impacta e incide transversalmente en la humanidad. En tiempos de digitalización, de simplificación de procesos, de IA, de robótica y de nuevas tecnologías para la comunicación, la política busca reconfigurarse en un ecosistema que cambia constantemente. La política de hoy es dominada por la imagen, víctima de la primera impresión y de la falsa percepción. La política de fondo, de estudio, se desarrolla ante la amenaza que supone el populismo, las fake news: fenómenos lesivos a los intereses institucionales y de los que toda sociedad debe protegerse.

Mis primeros encuentros políticos Aunque mi padre agotó un prolongado período como militante del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), desde finales de los años 90, mi participación, al no pertenecer a ningún organismo del partido ni haber formado parte de ninguna estructura, siempre fue más de compañamiento familiar que política, situación de la que nunca he renegado y, muy por el contrario, la he defendido con orgullo. Un hijo brindándole apoyo irrestricto a su padre es un acto de amor, de nobleza y honor. Es por ello que, como he comenta do en algunas entrevistas de radio y televisión, mis primeros pasos en el mundo de la política se produjeron a través de encuentros formales con la dirección del Partido Revolucionario Moderno. El primero de ellos ocurrió hacia finales de 2019 y principios de 2020, a través de mi inolvidable amigo, Orlando Jorge Mera.

En su residencia se concretizó, por vez primera, una reunión con el entonces candidato presidencial Luis
Abinader. La conversación fluyó, fue amena, distendida. Con sobrada claridad, Luis me explicó sus principales iniciativas de llegar al gobierno; el candidato opositor —a la sazón— se había formado para dirigir el Estado dominicano. Por supuesto, la conversación me permitió presentar inquietudes, anhelos; hablamos de política, del joven partido, orígenes, proceso de construcción y fortalecimiento.

Lo pautado originalmente a una reunión de treinta minutos, evolucionó en un amplio conversatorio de casi tres horas, el resto es conocido: Luis se convirtió en presidente, entré como miembro del partido, y le he estado sirviendo al estado desde el gobierno perremeista.

Tanto en la campaña de 2020, entre la suspensión de las elecciones municipales y la COVID 19, y los recién finalizados certámenes electorales de febrero y mayo del pasado año, procuré la más absoluta y compacta integración en los procesos de selección de nuestros candidatos en todos los niveles de elección, diseminados, a su vez, por toda la geografía nacional.

Estos primeros pasos me condujeron a una directa inserción en la dinámica ordinaria de la política; ver las demandas, sus complejidades, el constante afán y, constatar de primera mano, el valor de cultivar relaciones humanas.

La política por dentro He venido conociendo la política más allá de la teoría contenida en los
libros, la he estado viviendo en sus diversas presentaciones: la política de escritorio, la que diseña planes y programas públicos que se planifican y se implementan buscando el desarrollo de la sociedad; la política del cara a cara; la del amarre de estructura; la política del que preside o desarrolla influencia en una zona, en un distrito, en un municipio, en una provincia.

Cada faceta de la actividad política desemboca en un propósito común: el servicio.
Pero no todo resulta halagador ni placentero, desde la distancia, la imagen construida alrededor del trabajador político se muestra difusa, laxa, opaca, sin propósitos; nada más injusto e inmerecido. El ciudadano que, no importando su origen ni descendencia, asume la política como oficio no tiene días libres, no desmaya en el propósito de ayudar, de gestionar, de escuchar, de canalizar soluciones para
sus comunidades y en la mayoría de los casos no condiciona la colaboración a la filiación política.
Históricamente, el activismo político, partidario y electoral de República Dominicana se ha nutrido de fi
guras y personalidades de distintos ámbitos del quehacer productivo nacional: médicos, abogados, empresarios, ingenieros, deportistas, artistas, gente de reconocida labor social, entre otros tantos, han utilizado la plataforma que confiere la política para desarrollar una amplia agenda de proyectos y realizaciones desde áreas diversas en diferentes estamentos públicos.

El sociólogo alemán Max Weber, en su obra, La política como vocación, señala que, “vivir para la política es abrazar la causa pública guiada por principios y valores morales”. En definitiva, la política es el arte profesional de servir a la sociedad con ética, conocimiento y vocación de permanencia, donde el poder no es un fin, sino una herramienta para mejorar la vida de los demás.

El oficio de ser político entraña mucho esfuerzo, dedicación, paciencia, esmero, tolerancia, valores que con el discurrir del tiempo otorgan mayores satisfacciones que desilusiones.

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