*Por Julio César Disla
Confieso ser un neófito en virología y bacteriología; pero la cuarentena, el toque de queda y el confinamiento que de ambos se deriva, me han llevado a escudriñar el rasgo esencial del nuevo coronavirus que se ha expandido por casi todo el planeta.
Hay controversia entre los más versados sobre el desarrollo de este virus, aparentemente originado en la ciudad de Wuhan, China, porque no se ha identificado al paciente cero, es decir, el primer contagio de animal a humano. Pero existen diversas especulaciones que voy a obviar en este artículo.
Existe un amplio consenso entre los investigadores internacionales en reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otro anteriormente conocido: saltando de un animal a los seres humanos. Pájaros, murciélagos y diversidad de mamíferos (en particular los cerdos) albergan de forma natural múltiples tipos de coronavirus. Se sostiene que cuatro de ellos causan varios tipos del resfriado común; y que los otros tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más letales, como el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS), emergido en el 2002. También se registran el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en el 2012; y, por último, esta nueva enfermedad conocida como el Covid-19, causada por el SARS-COV-2, cuyo primer brote fue detectado, como ya expliqué más arriba, en el mercado de mariscos de Wuhan, China, en diciembre pasado.
De acuerdo a los expertos, este nuevo germen tendría al murciélago como anfitrión original. También a otro animal aún no formalmente identificado que, según algunos sospechan, se trata del pangolín, desde el cual, como huésped intermedio, habría saltado a los humanos después de volverse particularmente peligroso.
Lo que no se puede entender es por qué, si ya se había convivido con otros seis coronavirus que tenemos globalmente controlado, este nuevo patógeno ha provocado esta colosal
Pandemia. ¿Qué tiene de particular este germen? ¿Por qué su rapidez y agresividad de contagio ha desbordado las previsiones de las autoridades sanitarias del mundo?
Sin duda, como algunos han explicado, condiciones ajenas al virus como la velocidad actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la intensidad de los intercambios en la era de la globalización han favorecido su propagación. Claro. Pero, ¿por qué entonces el SARS en 2002 o el MERS, una década después en el 2012 –también derivados del coronavirus– no se no alcanzaron un nivel pandémico, como lo atestiguamos ahora?
Respondiendo esas interrogantes, los científicos destacan que debe recordarse que los virus son inquietantes porque no están vivos ni muertos. No están vivos, porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están muertos, porque pueden entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y multiplicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados, porque llevan millones de años desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune.
Pero lo que distingue específicamente al SARS-COV-2 de los otros virus asesinos es precisamente su capacidad de multiplicación silenciosa. O sea, su habilidad de propagarse sin levantar sospecha, en principio ni siquiera en su propia víctima. De ahí que, por lo menos durante los primeros días del contagio, la persona infectada no presenta ningún síntoma de la enfermedad.
Aun cuando no se sabe con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente, sí se sabe que desde el momento en que penetra por los ojos, la nariz o la boca, en el cuerpo de su víctima ya comienza a multiplicarse a un ritmo exponencial.
De acuerdo a la investigadora Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de España, “una vez dentro de la primera célula humana, cada coronavirus genera hasta 100,000 (cien mil) copias de sí mismo en menos de 24 horas… Pero, además, otro rasgo peculiar y astuto de este patógeno es que, al invadir un cuerpo humano, concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable, en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la garganta, donde se replica con frenética intensidad; desde ese momento la persona no siente nada; pero se convierte en una potente bomba bacteriológica y empieza a propagar masivamente en su entorno, simplemente al hablar o al respirar el virus letal”.
Esta es la característica principal y la singularidad del nuevo coronavirus, por lo que, de acuerdo a China, el 86 por ciento de los contagios se debieron a personas asintomáticas, sin signos detectables de la infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores demostró que la mitad de los contagios por el Covid-19 son de individuos no diagnosticados y sin síntomas aparentes.