Cada 10 de diciembre se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos, coincidiendo con la fecha en que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esta declaración fue adoptada, en parte, como respuesta al “horror ante las dimensiones, crueldad y aberración del holocausto nazi que afectó principalmente a personas de religión judía”.
Pero, sobre todo, fue como resultado de la II Guerra Mundial, en el que la comunidad internacional se comprometió a no permitir nunca más atrocidades como las sucedidas en ese conflicto.
Las guerras de Israel enfrentado ahora a Irán, los grupos terroristas de Hamas y Hezbolá, de Ucrania frente a Rusia, desdice de la Carta de las Naciones Unidas, examinada en la primera sesión de la Asamblea General, en 1946.
La realidad de hoy desdice, ciertamente, de todo aquello, y la posibilidad de una tercera conflagración mundial es una mera posibilidad, en la que un lagarto puede convertirse en el rey del universo.
Este título puede simbolizar la idea de que los derechos por los que hemos luchado se basan en la existencia digna de una persona humana, y se reafirman en la idea de que, al final, todos somos seres humanos con los mismos derechos fundamentales.
Por lo tanto, alguien tiene que ceder, y la idea de la guerra organizada en grupos de países, tiene que detenerse.
No importa la riqueza de una nación sobre otra, todo cuanto nos pertenece es respirar el mismo aire limpio.
Los líderes mundiales se deben a sus ciudadanos: no pueden exponer a la destrucción y tragedia a millones de seres humanos.
El ideal de los derechos humanos rechaza la guerra porque estas generan violaciones masivas de derechos fundamentales, destruyen vidas y sociedades, y son incompatibles con los valores de dignidad y paz que promueven los derechos humanos.
La guerra no sólo tiene consecuencias devastadoras en el presente, sino que también dejará secuelas profundas en las generaciones futuras. Por lo tanto, proteger los derechos humanos implica hacer todo lo posible para evitar la guerra y fomentar una cultura de paz y resolución pacífica de conflictos.
En América Latina están ocurriendo hechos similares, contrario al derecho a la paz como derecho humano; aumenta las violaciones de derechos tan esenciales, como el derecho a la vida, la libertad de expresión, el derecho a la propiedad, y surgen las figuras autoritarias y los gobiernos dictatoriales que destruyen la posibilidad de que las personas vivan de manera plena y digna.
Venezuela, Cuba y Nicaragua son la peste del continente. Mencionar que tiene una población de presos políticos tan grande, en una era en que ese fenómeno estaba superado para los organismos de las Naciones Unidas. ¿A cambio de qué? A cambio de la concentración del poder en una sola persona y la negación de la democracia.
Lo mismo pasa con África, donde están afectadas millones de personas en el continente. Hace poco en el Congo, Sudán, Darfur y Etiopía, volvió a recrudecer la masacre, ataques a civiles, desplazamientos forzados, genocidio y violaciones que continúan manteniendo a muchas personas atrapadas en un “ciclo de violencia” y de sufrimiento. El futuro de la humanidad está en nuestras manos.