El Nietzsche poeta

El Nietzsche poeta

El Nietzsche poeta

José Mármol

Había prometido a los amables lectores de esta columna que retomaría el tema de la relación de Friedrich Nietzsche (1844-1900) con la poesía, una de sus primeras manifestaciones estéticas, conjugada con la música al piano, que si bien nunca dio a la imprenta, para conformar un volumen de poemas, fue recuperando en su obra filosófica posterior, ya fuera de manera íntegra o desperdigando fragmentos o versos en su escritura filosófica.

Ocurre en obras como “Humano, demasiado humano” (1878), “La gaya ciencia” (1882), “Así habló Zaratustra” (1883-1885), que él mismo calificó como una suerte de poema sinfónico, y “Más allá del bien y del mal” (1886).

Nietzsche fue un iconoclasta conceptual y un incomprendido. Llevó en su sangre la marca del descontento con su propia época como expresión de modernidad. Sobre su vida y su obra se construyó tempranamente un mito.

Al escribir sobre Nietzsche y la soledad, que sirve de prólogo a “La vida arrebatada de Friedrich Nietzsche”, de Franz Overbeck (Errata Naturae, Madrid, 2016), Iván de los Ríos sustenta que el estrépito cultural que significó este pensador engendró un Nietzsche de mentira, escudado tras un pensador colosal.

Esa mentira, ese mito oculta al hombre de carne y huesos que en realidad fue, y que sufrió miedos, soledades, que tuvo caprichos ególatras, excéntricos y que no fue capaz de sobrevivir a una velada en compañía de mujeres hermosas. Así matiza el testimonio del mayor amigo del autor de “La genealogía de la moral” (1887), Franz Overbeck, quien lo trató con la más estrecha cercanía en toda circunstancia, y quien vio en él, al mismo tiempo, a un ser humano despojado de grandeza, a pesar del anhelo por ella; a alguien que no ha sido sino el producto de la violencia que ejercía contra sí mismo, pero también, a quien vio en sí mismo al hombre de un porvenir todavía lejano.

Lo único que Nietzsche escribió después de perder la razón a inicios de 1889, hecho manifiesto en Turín, cuando abrazó un caballo para defenderlo de los latigazos de su amo, fueron versos sueltos en el sanatorio de Basilea, donde lo había ingresado, precisamente Overbeck, de acuerdo con María Jesús Franco Durán en el prólogo a “Los años de la locura” de Franziska Nietzsche y Franz Overbeck (Hermida Editores, Madrid, 2018).

En “Friedrich Nietzsche, poesía completa” de Laureano Pérez Latorre (Trotta, Madrid, 2018), se recogen poemas como este que aparecería en “La gaya ciencia” (1882), titulado Ecce homo: “¡Sí, sé cuál es mi linaje!/ Como la llama, insaciable,/ ardo y me consumo./ Luz se hace cuanto cojo/ carbón cuanto abandono:/ llama soy, seguro”. Un fragmento del poema titulado Fama y eternidad reza: “Esta moneda, con la que/ todo el mundo paga,/ -la fama-/ esta moneda la cojo con guantes,/ bajo mis plantas la pisoteo con asco”. Y en este que llama La palabra, el poeta canta:

“Quiero bien a la palabra viva:/ alegremente por aquí brinca;/ saluda con gentil reverencia,/ es graciosa incluso en la torpeza./ Tiene casta, resopla denodada,/ pues al oído del sordo se arrastra;/ se ensortija y revolotea,/ y todo cuanto hace deleita./ Pero la palabra es criatura tierna,/ unos ratos sana otros enferma./ Si quieres que su corta vida guarde,/ has de ser con ella grácil y suave,/ no manosearla ni maltratarla,/ pues muere a veces por malas miradas”.

En el poema denominado A Richard Wagner dice: “Tú, que sufres todos los grillos,/ el espíritu más inquieto y ávido de libertad,/ siempre más victorioso pero más atado/ (…)/ ¡Ay, también ante la Cruz te has venido abajo,/ también, también tú, un sometido!”.
La poesía, pues, ¿jinete o caballo de su pensamiento?



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