El necesario cambio de rumbo

El necesario cambio de rumbo

El necesario cambio de rumbo

Roberto Marcallé Abreu

Una gran incógnita se cierne sobre los días por venir. En alguna medida el panorama se ha ido diafanizando. Pero no seamos ciegos: Aún perduran nubarrones grises en capacidad de provocar una gran tormenta.

Es un anhelo de las mayorías que las elecciones municipales y las presidenciales transcurran en un ambiente de relativa tranquilidad. Esto no significa impunidad y olvido de las maniobras y tropiezos ejecutados contra la libre expresión de la voluntad popular en el pasado reciente. La justicia alecciona.

La ciudadanía, la parte sana del liderazgo nacional, las instituciones representativas y los partidos políticos, deberán realizar esfuerzos mayúsculos para que la paz social y el normal desenvolvimiento de la vida colectiva no sea alterada de manera grave.

¿Las razones? El pueblo es, siempre, la principal víctima de las vicisitudes sociales. En todos los casos, son nuestros jóvenes valerosos quienes han aportado el grueso de la sangre, los sacrificios, las amarguras.

Es esencial estar alerta, con los ojos bien abiertos y la voluntad, la mente y el corazón preparados. El oficialismo se aferra al poder de forma virulenta y agresiva. Se sabe en desventaja ante el ánimo público y teme que, eventualmente, deba rendir cuentas por un ejercicio turbio y truculento, que va a dejar al país en un estado de grave postración económica, social y moral.

El daño carece de precedentes. Nunca como ahora el pueblo se sintió tan a merced del crimen y la inseguridad, del abuso y la insolencia, de la necesidad, de una desesperanza que ya comenzó a transformarse en voluntad de cambio.

¿Cuál ha sido el detonante? La arrogancia, la prepotencia, la ambición desmedida y ese burdo concepto de que el poder es un amparo para todo desafuero. El antiguamente poderoso partido oficial ha terminado desgarrado y en condición crítica.

Las encuestas de firmas reconocidas le atribuyen al oficialismo montos de votación cada vez menos significativos. Las protestas por el abandono a su suerte del ciudadano de ciudades y campos se extienden y crecen.

La clase media se descubre al borde del colapso e igual situación atraviesan el comercio bajo y medio y la clase profesional, hacendados, simples agricultores, la generalidad de los negocios, la clase trabajadora. Los jóvenes no obtienen un empleo decente, y una miseria y una desatención brutales castigan de forma inclemente a la generalidad de la población.

Son muchos quienes afirman que, de proseguir el actual estado de cosas, las únicas opciones que tienen los dominicanos son las de abandonar masivamente el país, o una devastadora confrontación cuyas consecuencias son inimaginables.

Para evitarlo lo primero es derrotar el desafuero en todos los frentes con los votos. Y, a seguidas, implementar un estado de cosas que haga sentir al pueblo que se empieza a sentar las bases para construir la Patria que soñaron Duarte, Sánchez y Mella.

Es imprescindible la transformación del actual sistema de justicia. Es imperativo que las instituciones recuperen su verdadero espíritu. Es prioritario rescatar al dominicano del estado de pobreza y desesperación que lo agobia.

No se trata, solo, de barrer con un estado de cosas, sino crear las condiciones para que esta espantosa situación no pueda reeditarse nuevamente.

El estelar papel de la juventud en esta crisis significa que los dominicanos están en actitud de luchar por una realidad en la que el progreso real, el correcto proceder, la alegría, la paz y el respeto sean su norte.

Prudencia y el propósito definitivo de sentar las bases para abolir los vestigios de esta época, una de las más oscuras, sino la que más, cuyos daños y maldades deberán desaparecer para siempre.



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