¿El mundo involuciona?

Al analizar fenómenos sociales, institucionales, políticos, electorales y hasta de guerras que se registran en distintos puntos del mundo en los últimos tiempos, da la impresión de que la humanidad está retrocediendo hacia estadios de una convivencia crítica, en el siglo XXI, cuando se suponía que ya se estaría hablando más de paz, progreso, desarrollo, armonía, retos y compromiso con la vida, que de destrucción y confrontación.
Esta reflexión es compartida por muchas personas al observar un panorama global en el que la humanidad ha alcanzado logros científicos, tecnológicos y sociales impresionantes, pero en el que, paradójicamente, todavía se presentan crisis de gobernanza, conflictos bélicos, persecuciones y fracturas sociales tan atroces que dan la impresión de que estamos frente a un retroceso.
Es importante reconocer que la historia humana no puede ser resultado de un avance lineal hacia la paz y el progreso y que los períodos de estabilidad suelen ir seguidos de crisis que ponen a prueba las instituciones y estructuras sociales y que, además, los cambios suelen estar acompañados de resistencia y conflictos.
A pesar del desarrollo, las brechas económicas y sociales continúan generando tensiones. La percepción de injusticia, la exclusión y la incertidumbre económica suelen alimentar movimientos de protesta y polarización política, lo que debe ser entendido como un factor inherente a la naturaleza del ser humano.
En muchos países, la confianza en las instituciones se ha deteriorado y las democracias enfrentan desafíos por la desinformación, el clientelismo, la corrupción y la falta de transparencia, lo que lleva a una desafección de la ciudadanía, una parte de la cual acusa, con razón o sin ella, a los políticos que, quiérase o no, son responsables de lo malo y lo bueno que se produzca en el seno de las sociedades, esencialmente, democráticas.
La era digital ha dado voz a muchas personas, pero también ha amplificado discursos extremistas y manipuladores, que recorren los canales y circulan con rapidez generando percepciones de caos, desaliento, desesperanza y confusión.
Un caso insólito, pero concreto, es el ocurrido el pasado fin de semana en Bogotá, Colombia, donde Miguel Uribe Turbay, senador y precandidato presidencial de la derecha, sufrió un atentado a tiros, a manos de un adolescente, de apenas 14 años de edad. ¿Víctima o victimario?…
Históricamente, ha habido casos de menores involucrados en actos de violencia política, pero suelen estar vinculados a conflictos armados o grupos extremistas que los reclutan. Sin embargo, un ataque directo contra un congresista por parte de un menor es un evento que no se registra con frecuencia y menos en un lugar donde todavía se trabaja para la reconciliación social.
Comunes siguen siendo las disputas por recursos, territorio y poder, mediante la expropiación o las guerras que, aunque pueden parecer vestigios de épocas pasadas, todavía responden a dinámicas actuales de dominación y control.
La tolerancia como elemento catalizador para la paz y el entendimiento entre las personas, sin importar su procedencia, credo político, religioso, ni preferencias sexuales o de equipos deportivos, parece debilitada por la polarización, la desinformación y la radicalización de las posturas. Nadie deja espacio para la aceptación o, por lo menos, para la negociación. Ahora, siempre es “a lo que vinimos”.
La sobreexposición a informaciones sin contextos ha generado respuestas emocionales y reactivas, la pérdida del entendimiento y de la empatía, la búsqueda de culpables de todo y por todo, en vez de trabajar para que se produzca el análisis profundo, que no limite la capacidad de escuchar y comprender al otro.
El mundo vive la era de discursos sumamente agresivos y excluyentes. Parece que es el tiempo del todo contra todos y el del que tenga más saliva que coma más hojaldre y hasta el del diente por diente. Es cualquier momento de la historia, menos el que habla del bien, la solidaridad, la compresión, la caridad, el amor, el respeto. ¡Así no se puede seguir!
Ojalá que esté llegando la época en la que el mundo tenga que hacer un alto en el camino; una pausa en la desmesurada y alocada carrera de que quien quiera puede aplastar a quien sea, cuando sea, como sea y por lo que sea, sin medir las consecuencias ni meditar sobre la condición humana, aspecto que, en filosofía, la respetable filósofa alemana, nacionalizada norteamericana, Hannah Arendt, sustenta en tres pilares: labor, trabajo y acción.
La humanidad no se puede detener ni debe retroceder. Debe seguir avanzando.