El ministro y el Jabón

El ministro y el Jabón

El ministro y el Jabón

Miguel Febles

La cuaba tenía entre nosotros dos acepciones: una, astilla resinosa que era utilizada para darle candela a la leña en los fogones y al carbón vegetal en los anafes; otra, una mentira. En el merengue El Cuabero, de Johnny Ventura, es doble sentido.

Unas palabras del ministro de Salud Pública, Rafael Sánchez Cárdenas, han recuperado para el uso, hasta de las élites, a un jabón tenido a menos durante décadas por su agresividad con la piel, especialmente en un tiempo en el que este órgano tiene más prestigio que un alma limpia.

Según el ministro, el jabón de cuaba es bastante para la eliminación del virus Covid-19 que pueda llegar a nuestras manos por el contacto con objetos o con otras personas.

Una de mis abuelas me dijo un día que el jabón de cuaba era un invento de los cubanos y de los dominicanos. Nunca he hecho nada para determinarlo.

Aprovecho, sin embargo, para hacer algunas afirmaciones acerca del jabón que acaso puedan servir de vindicación para este producto de la casualidad, una serendipia, pero de una utilidad innegable para la higiene, que siempre ha sido parte de la buena salud.

¿Quién lo inventó? Nadie lo sabe. Puede estar, sin embargo, asociado a los dioses si es cierto que fue generado en la remota antigüedad en los lugares de sacrificio de animales, y de humanos tal vez, de los que resultaba la mezcla de la grasa que el fuego hacía fluir de las carnes y las cenizas.

Porque de eso se trata, de la mezcla de grasa animal o vegetal, arcilla y ceniza, que actúan como base y como soda cáustica.

En la Química del Jabón y Algunas Aplicaciones, Ignacio Regle, Edna Vásquez Vélez, Diego Humberto Cuervo y Adrian Cristóbal Neri señalan en un ensayo publicado en Revista Digital Universitaria que existen indicios de que el jabón se usaba hace unos 5 mil años en Sumeria.

“Se cree que la palabra jabón, del latín saponem, proviene de la montaña Sapo, donde se sacrificaban animales cuya grasa, fundida, era arrastrada junto con las cenizas y el barro hasta las orillas del Tíber”, escriben.

De antigua prosapia, por lo visto, el jabón carece de padre y de madre, pero su utilidad es innegable dada la necesidad humana de ayudar a la piel a defenderse del ambiente, así como de limpiar los objetos y los vestidos con los que se cubre de la intemperie o le rinde culto a la civilización y a las costumbres.

El jabón de cuaba, áspero, poco amigable con la piel de estos tiempos, ha ganado de nuevo, gracias a un virus y a la mención hecha por el ministro de Salud Pública, un espacio en los gabinetes, en las alacenas y los lavamanos de los que había sido expulsado por los jabones perfumados, elaborados más a tono que los gustos y los sentidos de estos tiempos.



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