La pasión de los dominicanos por la música y el baile tiene raíces ancestrales. Durante la época precolombina, en la isla taína de Quisqueya o Haití, que los conquistadores europeos bautizaron con el nombre de Española, los aborígenes tenían por costumbre celebrar rituales festivos en los que predominaban cantos y bailes llamados areítos.
Andando el tiempo, tras el descubrimiento de América o encuentro de culturas, los conquistadores españoles llevaron a los nuevos territorios su idioma, sus creencias religiosas, sus instituciones políticas y también parte de sus tradiciones culturales, entre ellas un baile conocido como contradanza española.
Los españoles, además, establecieron el sistema de la esclavitud al cual sometieron tanto a indígenas como a negros africanos, estos últimos con el fin de sustituir la mano de obra aborigen, que en la Española no era tan abundante como originalmente creyeron los europeos.
Como era natural, en el nuevo hábitat los negros esclavos, procedentes de diversas etnias africanas, crearon su propia sociedad tratando de conservar intactas su cultura y sus tradiciones religiosas y musicales, que enriquecieron al fusionarlas con ingredientes culturales de la sociedad taína que se encontraba en proceso de extinción.
Así, antes de que desaparecieran los naturales habitantes de la isla se produjo un sincretismo cultural entre españoles, taínos y africanos del cual surgió el elemento criollo, que entonces significó todo el nacido en el Nuevo Mundo. Ese fenómeno dio lugar al surgimiento de ricas y variadas expresiones étnicas, lingüísticas, culturales y musicales en los nuevos conglomerados sociales.
Fue así como, desde mediados del siglo XVI, en la isla de Santo Domingo comenzó a configurarse la sociedad criolla o dominicana que, con el devenir del tiempo, creó su propias tradiciones culturales y artísticas. Por ejemplo, de la contradanza española, fusionada con elementos del areíto taíno y con ingredientes musicales africanos, surgió un baile criollo conocido como La Tumba dominicana, que durante los siglos XVIII y parte del XIX fue la manifestación bailable preferida por los pobladores del Santo Domingo colonial.
Según expertos sociólogos y musicólogos, La Tumba dominicana, especie de derivación de la tumba andaluza, fue una simbiosis entre la contradanza española y algunos movimientos de otros bailes populares, así como también de la contradanza francesa. Era bailada en grupos de la siguiente manera:
“Todos los danzantes se colocan en fila, de dos en dos, como colegiales que son llevados de paseo. Los hombres de un lado, las mujeres del otro. Desde que la orquesta da la señal, ellos operan un cuarto de conversión y se dan el frente. En ciertos momentos indicados por las variaciones del clarinete, el bailador danza con su compañera o los dos, el uno frente al otro, se entregan a poses y balanceos… Terminada así la primera figura, cada joven deja a su caballero para tomar a aquel que se encuentre más cerca de ella. Cuando la mujer ha bailado sucesivamente con todos los hombres presentes, la tumba ha terminado…”
Hacia mediados del siglo XIX, en el momento en el que los dominicanos se declararon independientes y proclamaron la República Dominicana, comenzó a difundirse y popularizarse una nueva expresión musical y bailable que denominaron “merengue”. Cierto manto de misterio envuelve el origen del nombre, pues hay quienes dicen que se trata de un vocablo de origen francés con el que se designaba un dulce llamado “suspiro”, que se prepara con claras de huevos batidas de un lado a otro, proceso que, según algunos especialistas, es equiparable con los movimientos pélvicos de los bailadores.
La primera mención pública del baile del merengue entre los dominicanos data del año 1854, pero hay registros en el sentido de que con anterioridad al 1844 tanto el ritmo como el baile ya eran conocidos. Probablemente fue surgiendo como expresión autóctona dominicana frente a ritmos y bailes, como los palos, los congos, la magulina y el carabiné, que se practicaban en la parte española, algunos procedentes de la parte francesa de la isla.
Hay quienes sostienen que en el fragor de la guerra domínico-haitiana algunos soldados celebraban la victoria de una batalla en Talanquera con las letras de lo que podría calificarse como el primer merengue: “Tomá juyó con la bandera / Tomá juyó de la Talanquera / Si juera yo, yo no juyera, / Tomá juyó con la bandera.”
A partir de 1855 fue cuando el merengue comenzó a popularizarse entre los dominicanos, bailado por parejas en dos segmentos clásicos, el paseo y el jaleo, primero en ambientes rurales y luego en áreas urbanas. En el principio, los instrumentos básicos del merengue eran tres: tambora, guira y el cuatro (especie de guitarra introducida por los europeos).
Al cabo de varios años, la forma de interpretar el merengue se modificó radicalmente cuando al país llegó, procedente de Alemania, un instrumento hasta entonces desconocido: el acordeón. A partir de entonces, comenzó a interpretarse el merengue con la guira (de origen taíno), el tambor o tambora (africano) y el acordeón (europeo).
Hubo un tiempo en que, por la manera en que las parejas bailaban el merengue, algunos grupos sociales urbanos llegaron a considerarlo baile provocador y hasta vulgar, al punto de que algunas personalidades públicamente criticaron con severidad a los sectores populares que gustaban y practicaban dicho género musical, en principio considerado una manifestación cultural marginal.
En la medida en que se modernizaba la sociedad dominicana, y se transformaban los centros urbanos, el merengue se interpretaba y bailaba de dos maneras diferentes: en el campo de una forma y en la ciudad de otra, más sofisticada o de salón, se decía entonces. En las zonas rurales el género continuó siendo interpretado mediante los tres instrumentos básicos, guira, tambora y acordeón, y se le llamó merengue típico o “Perico ripiao”; mientras que en las ciudades el merengue experimentó transformaciones técnicas que lo hicieron más atractivo para las clases medias urbanas, mediante el uso de otros instrumentos musicales como teclados, saxofón y trompetas, adquiriendo notoriedad lo que se dio en llamar “merengue de salón”, ejecutado por orquestas musicales más grandes que los llamados “conjuntos”, conocidas como “big bands”.
Tras pasar por varias etapas de evolución y crecimiento, el merengue fue calando de manera gradual en el gusto de todos los grupos de la sociedad dominicana. Incluso, para los años 30 del siglo XX es fama que el dictador Rafael Trujillo utilizó el merengue como instrumento de propaganda en su campaña proselitista en las ciudades y en el campo, práctica que posteriormente otros líderes políticos también aplicaron como estrategia de campaña política.
Hacia los años 60 del pasado siglo, cuando se comenzó a construirse la democracia dominicana, también el merengue experimentó novedosas transformaciones conforme a los avances tecnológicos musicales de la época. Por ejemplo, fue modernizada la manera de interpretar el merengue, ahora con ritmo más acelerado, reduciendo la cantidad de músicos, introduciendo innovadoras coreografías y movimientos excitantes de los artistas principales, que antes no se conocían.
Además, fueron creadas nuevas agrupaciones musicales que denominaron “combos”, con instrumentos musicales más modernos, con el fin de llamar la atención de la juventud, que entonces comenzaba a ser conquistada por la nueva música norteamericana e inglesa como el rock and roll, el twist y otros.
A partir del decenio de los 80, el merengue no solo continuó su ascendente ritmo modernizador, a la par con el surgimiento de numerosas agrupaciones musicales y de extraordinarios intérpretes nacionales, sino que también tuvo una proyección internacional sin precedentes. El fenómeno concitó así el interés de otros públicos mucho más exigentes en términos de creación y calidad artística, gracias al impulso y crecimiento de la industria del discográfica y del entretenimiento, así como de las grandes presentaciones en masa de grupos musicales dominicanos que llevaron el merengue a los más prestigiosos y exigentes escenarios internacionales.
Andando el tiempo, sin embargo, el merengue finalmente se impuso como el género el género musical por excelencia del pueblo dominicano y de la región caribeña. Su proyección y aceptación internacional ha sido de tal magnitud que, en el año 2016, la Unesco -para orgullo de todos los dominicanos- declaró el merengue como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.