El Mercado Nuevo tocó fondo

Mueren las esperanzas de una comunidad laboriosa e indispensable para la dinámica diaria de los dominicanos.
Proveer alimentos es una práctica milenaria que debe ser reconocida como uno de los oficios más nobles y necesarios para la sostenibilidad de cualquier nación.
No hay desarrollo posible si la distribución de alimentos perecederos no cuenta con un sistema moderno, eficiente y digno para quienes producen, venden y consumen. Y en eso, este mercado juega un rol histórico e insustituible.
La creación del fideicomiso para los mercados de abastos se anunció como una solución novedosa, eficaz y con visión de futuro. Prometía relanzar el comercio agroalimentario en entornos salubres, organizados y adecuados a las exigencias del siglo XXI.
Se habló incluso de una intervención urbana de alto impacto que regeneraría la zona norte de la capital, llevándola de la informalidad al orden, del deterioro al esplendor, y del abandono al protagonismo que merece.
¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Por qué está detenido este proyecto? ¿Qué impide que se avance en algo tan esencial y estratégico para el país?
Sabemos que los procesos públicos toman tiempo, que deben cumplirse etapas y que hay aspectos técnicos y legales que no pueden obviarse.
Pero también sabemos priorizar. Y si hablamos de prioridades, pocas cosas tienen mayor peso social, económico y humano que garantizar una red moderna de mercados de abastos. No sólo hablamos de comercio, hablamos de seguridad alimentaria, de encadenamientos productivos, de empleo digno y de vida urbana más saludable.
El Gobierno central parece no entenderlo. O no querer entenderlo. Porque a pesar de tener los instrumentos, los recursos y el compromiso público con esta iniciativa, el proyecto está paralizado. Y esa parálisis comienza a convertirse en desesperanza para cientos de comerciantes, transportistas, consumidores y comunidades que dependen de este ecosistema económico.
Extrañamos la vitalidad que caracterizaba al Mercado Nuevo: alimentos frescos, variados y a buen precio, disponibles para miles de familias cada día. Un lugar que a pesar de su deterioro, nunca perdió su esencia, su energía y su valor para la ciudad. Imaginen lo que podría ser si se le brindaran las condiciones adecuadas. Si fuera limpio, seguro, regulado, digno.
La transformación de este mercado, además de una intervención física, es una apuesta al rescate del comercio tradicional, a la formalización económica, a la cohesión comunitaria y al desarrollo sostenible de la capital. Esta obra tiene el potencial de dignificar barrios enteros, de reducir la criminalidad, de mejorar la movilidad, y de integrar social y económicamente una zona históricamente marginada.
¿De verdad no lo ve el Gobierno central? ¿Acaso no comprende que esta es una de las obras de mayor impacto urbano de los últimos años? ¿O será que el cálculo político ha pesado más que el interés colectivo?
No quisiera pensar que hay mezquindad detrás de esta paralización. Pero si la hay —como muchos temen— que se imponga la sensatez. Porque más allá de posibles beneficios electorales para la alcaldesa del Distrito Nacional o cualquier otro actor político, los verdaderos beneficiarios serán los dominicanos y dominicanas que merecen espacios públicos de calidad, mercados modernos y ciudades más humanas.
El país necesita señales claras de compromiso con lo esencial, no con lo cosmético. Y pocas señales serían más potentes que reiniciar de inmediato este proyecto, con transparencia, eficiencia y voluntad política. Porque donde hoy hay caos, desorden e insalubridad, podría haber un centro modelo de abastecimiento y convivencia.
Y porque si de verdad se quiere transformar la ciudad, se comienza por el corazón de su gente: el lugar donde cada día se ganan la vida, se alimentan y sueñan con un mañana mejor.
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