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El lujo de vivir en el campo

Por : Natalie ruiz casado

Hubo un tiempo en que la aspiración más alta era salir del campo hacia la ciudad. Ese viaje simbolizaba progreso, éxito, “haberlo logrado”. Pero los tiempos cambian, y con ellos, la forma en que medimos el bienestar. Hoy, entre tanto avance sin desarrollo humano, la ciudad nos queda chiquita a los que tenemos el corazón grande y la mente libre.

Vivimos en una era donde el confort se mide por los metros cuadrados de un apartamento y no por los metros de horizonte que alcanzamos a ver. Para muchos, la meta sigue siendo vivir en una torre, encerrados entre paredes y aire acondicionado, subiendo y bajando en ascensores que no llevan a ningún lugar emocional. Pero para otros y me entro en esa ‘colá’ el verdadero lujo está en abrir la ventana y ver el mar o las montañas; en que el tapón no sea una fila de carros tirando humo, sino un grupo de vacas cruzando la carretera mientras la gente sonríe y le hace fotos.

No me malinterpreten, vivir en el campo no es sinónimo de ser vago. Es priorizar la calidad de vida, ganando dinero digno sin perder la paz ni la salud mental. Es producir desde la calma, sin el ruido que confunde productividad con agotamiento físico y mental. Porque trabajar mucho no siempre significa vivir bien.

El problema es que durante décadas el desarrollo se ha centralizado en la ciudad, dejando los pueblos desolados de oportunidades, de educación de calidad, de empleos que valoren la competencia y la preparación de gente profesional. Yo salí de Santo Domingo con la intención de hacer mi aporte al país desde donde realmente me siento en casa: Cabarete. Dejé el aire acondicionado por la brisa del mar, dejé el tapón por el crowd en una ola de Playa Encuentro. Aquí encontré un ritmo de vida que no se mide en horarios de oficina, sino en amaneceres con propósito.

No es fácil tomar la decisión de irse de la ciudad, porque la vida moderna está diseñada para que nosotros mismos no seamos prioridad para nosotros mismos. Pero cuando uno se atreve a poner su bienestar por encima de las apariencias y de las capas sociales, entiende que el éxito no se trata solo de cuánto ganas, sino de cómo lo ganas y desde dónde vives.

Aspiro a que cada vez más personas como yo salgan de la ciudad y vuelvan su mirada al campo, no como una huida, sino como una decisión inteligente. Que el país empiece a distribuir el desarrollo, la educación y las oportunidades en todas las provincias: que haya universidades y trabajos dignos también en Gaspar Hernández, Cabrera, Río San Juan, en La Vega, en Bonao, en todos lados. Solo así podremos hablar de un desarrollo verdaderamente humano.

Porque al final, el lujo no está en tener más, sino en vivir mejor. Y para algunos de nosotros, ese lujo se encuentra después del peaje, donde el tapón son vacas y el ‘juidero’ no existe. Donde el alma respira y la vida por fin se siente.

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