
Panamá.- Cristian acaba de llegar junto a su madre y su hermano a Bajo Chiquito, el primer pueblo panameño al que arriban los migrantes irregulares tras atravesar el Tapón del Darién, la peligrosa frontera que divide a Panamá y Colombia, y su llanto no cesa.
Cristian llora porque quiere la cámara de fotos de la Agencia EFE; llora porque su madre, María Pernalete, le limpia los pies llenos de picaduras infectadas; llora cuando le echa la pomada sobre las heridas y cuando lo obliga a tomar un jarabe para frenar la fiebre.
“Prácticamente me estaba muriendo de hambre” en Venezuela. Cruzar el Darién “fue horrible, es lo peor que le puede pasar a un ser humano”, cuenta a EFE Pernalete, una madre venezolana de 34 años mientras eleva la voz por encima del llanto de su hijo.
La selva del Darién es considerada una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, tanto por su propio entorno salvaje como por la presencia de grupos armados y del crimen organizado que la ha utilizado durante décadas para el tráfico ilegal de drogas, armas y personas.

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EFE
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