El 2 de febrero de 1999, Hugo Rafael Chávez Frías, un coronel del Ejército de Venezuela, asumió el poder tras ganar las elecciones con un respaldo popular masivo.
Este ascenso fue el resultado de un curioso giro del destino: en 1992, Chávez había encabezado un intento de golpe de Estado contra el gobierno del presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, una acción que lo llevó a la cárcel.
Sin embargo, esa misma insurrección militar, en lugar de sellar su destino político, se convirtió en la chispa que encendió su camino hacia la presidencia.
Así comenzó un gobierno que se prolongaría durante 14 largos años, un período en el que la esperanza inicial se transformó en decepción y arrepentimiento para muchos de sus electores.
Venezuela, un país bendecido con vastos recursos petroleros, ya había registrado antes del chavismo graves problemas de corrupción y desigualdad.
Sin embargo, mantenía un régimen democrático con elecciones transparentes y alternancia en el poder al término de cada período constitucional.
La llegada de Chávez, con su promesa de una “revolución bolivariana”, despertó grandes expectativas. Pero la realidad que siguió fue muy distinta. La nacionalización y estatización de un gran número de empresas nacionales y extranjeras, pilares de su proyecto revolucionario, no lograron los resultados esperados.
En lugar de un desarrollo sostenido, el país se sumió en una espiral de escasez de productos básicos, desempleo creciente, decrecimiento económico, con inflación y violaciones a los derechos humanos, principalmente a través de la persecución de dirigentes opositores.
En resumen, las condiciones de vida en Venezuela comenzaron a deteriorarse rápidamente, hasta llegar a ser peores que en la época de los adecos y copeyanos.
Catorce años después de asumir el poder, Chávez fue diagnosticado con un cáncer que finalmente lo llevó a la muerte. Antes de fallecer, designó a Nicolás Maduro, un antiguo chófer de autobús que había ascendido a dirigente dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), como su sucesor.
Con esta elección, Chávez, tal vez consciente de las consecuencias que acarrearía, selló lo que hoy se considera la tragedia del pueblo venezolano.
Maduro, quien tomó el relevo tras la muerte de Chávez, no sólo continuó con las políticas de su predecesor, sino que las llevó a extremos aún más preocupantes.
Bajo su mando, una camarilla civil y militar se ha enriquecido de manera ilícita, mientras el país se desmorona en medio de una crisis económica y social sin precedentes.
A través de elecciones fraudulentas y una represión feroz contra quienes osan desafiarlo, Maduro ha logrado mantenerse en el poder durante más de una década, consolidando un régimen autoritario que traiciona los ideales bolivarianos que Chávez prometió defender.
Es aquí donde la paradoja del chavismo-madurismo se vuelve evidente. Hugo Chávez, quien se alzó en armas contra la corrupción del gobierno de Carlos Andrés Pérez, terminó apadrinando un régimen que él mismo habría condenado en sus inicios.
La figura que surgió como redentor del pensamiento de Bolívar y abanderado de la lucha contra la corrupción, dejó en su lugar a un sucesor que ha negado sistemáticamente la voluntad popular, perpetuando su mandato mediante el fraude electoral, la manipulación y la represión.
Nicolás Maduro ha sido señalado por manipular los resultados de unas elecciones en las que se afirma que perdió por un margen considerable. Sin pruebas que respalden su supuesta victoria, Maduro ha respondido a las demandas de transparencia con burlas y una represión brutal que ha dejado más de 2,000 presos y 25 muertos.
En un contexto de creciente represión, la Fiscalía, alineada con el régimen, enfila sus cañones contra Edmundo González Urrutía, el ganador legítimo de las elecciones, con la aparente intención de silenciarlo e incluso encarcelarlo, si la comunidad internacional lo permite.
Sin embargo, este sombrío panorama no debe desanimar a quienes luchan por la paz y la democracia.
Como dijo el patriota cubano José Martí: “Nunca es más negra la noche que cuando va a amanecer”. Y es precisamente en este momento crítico cuando la esperanza de un nuevo amanecer para Venezuela debe mantenerse viva.