Hay experiencias que no se viven: se sienten. ‘El Jardín del Amor Propio’, ese espacio creado con intención por Yadhira Pimentel y Claudia Gaviria, es una de ellas.
En este espacio simbólico, el amor propio no se teorizó, se cultivó… aquí cada dinámica, palabra compartida y silencio sostenido nos recordó que siempre podemos volver a nosotras mismas.
Hablar de amor propio parece fácil, casi un cliché repetido hasta el cansancio, pero vivirlo… ¡ah!, vivirlo es otro escenario.
Es mirarte al espejo sin juicio, hacerte preguntas incómodas, detenerte en medio del ruido para escucharte, abrazarte aún en tus sombras, recordar que -por más amor que nos rodee- nuestro cuidado no está en manos de nadie más (ni familia, amigos o pareja). Está en las nuestras, solo en las nuestras.
Esa mañana en el salón Aída Cartagena de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, aprendí cosas nuevas, sí, pero también confirmé verdades que llevo practicando de manera casi instintiva: agradecer, soltar, confiar, abrirme al amor sin reservas y volver a empezar cuantas veces haga falta.
‘El Jardín de Yadhira y Claudia nos dio el poder de refrescar esa pregunta que tantas veces evadimos o damos por sentado: ¿Qué necesitamos para ser felices? No desde las expectativas externas o etiquetas que otros nos asignan, ni desde la prisa de la vida moderna.
Nos invitó a hacerla desde el conocimiento propio, desde nuestra verdad y lo más profundo de nuestro interior. En ese espacio de pausa, respiración y propósito, volvimos a mirarnos como mujeres completas y luminosas.
Yadhira y Claudia nos entregaron una frase que resonó como un mantra colectivo: “Soy semilla. Soy jardín. Soy mi hogar”. Y qué necesaria es esa afirmación para los que hemos pasado por situaciones difíciles; para quienes hemos florecido desde el dolor, la resiliencia o la fe. Para quienes, aún cansadas, seguimos dando lo mejor de nosotras mismas.
En una dinámica nos pidieron escribir un mensaje para la mujer que éramos diez años atrás. Y sin pensarlo demasiado, me escribí estas palabras que hoy comparto aquí, desde mi escritorio y corazón: “Gracias, Lady, por tu determinación, fuerza y resiliencia.
Gracias por nunca darte por vencida y mirar la vida con gratitud. Gracias por aceptar cada reto y dificultad con valentía.
Gracias por reír, amar, soltar y volver a amar de manera indiscriminada. Gracias por no dejarte limitar por lo que te sucede, porque entendiste que lo que te sucede no eres tú, eres lo que haces con lo que te sucede”.
Hoy, desde esta columna, abrazo ese aprendizaje y lo dejo aquí para quien lo necesite: cultívate. Háblate bonito. Abrázate fuerte. Date permiso.
Date tiempo. Date amor. Recuerda que la felicidad no está afuera, está en el jardín que decides sembrar dentro de ti, como recordatorio de que, aún en medio de la incertidumbre, somos nuestro propio hogar.