El instante es perpetuo

La poesía y la ensayística de Octavio Paz (1914-1998), Premio Nobel de Literatura 1990, constituyó un estandarte inexpugnable de aquellos que, desde muy jóvenes y en el seno del Taller Literario “César Vallejo” de la UASD, vimos en la poesía un puente hacia la auténtica libertad, antes que un pasadizo abigarrado de ideologías, reduccionismos e instrumentalización del carácter simbólico del lenguaje como materia prima de la escritura creativa. Recuerdo haber sido el primero en rellenar la ficha de préstamo de varias obras de Paz, en especial, “Libertad bajo palabra. Obra poética 1935-1957” (1960), “El laberinto de la soledad” (1959) y “El arco y la lira” (1967), editadas por el Fondo de Cultura Económica de México, en la entonces Biblioteca Central universitaria, ubicada en las proximidades de la Facultad de Medicina. Encontré en esos libros un verdadero universo.
Por lo que ha significado la figura intelectual del poeta y ensayista mexicano para nuestra generación, he leído, con ilusión e interés, el ensayo de Basilio Belliard titulado “Octavio Paz o la búsqueda del presente” (Amargord, Madrid, 2019), capítulo extraído de su tesis doctoral sobre el singular poeta y pensador, defendida este mismo año en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
El planteamiento nodal de Belliard, quien además de ensayista se ha destacado como poeta, antólogo y autor de fragmentos aforísticos y narrativos, se apoya en la consideración de que el tiempo constituye una cuestión esencial en la poética de Paz, que es, además, transversal a su quehacer creativo por medio del lenguaje, tanto poético como reflexivo. Ahora bien, esa sustancia temporal, irrigada por los mitos y leyendas precolombinos, el misticismo, la ascética y pensamientos de Occidente y Oriente, antes que acomodarse a la disyuntiva de linealidad o circularidad, se problematiza haciendo del tiempo mismo un presente que se vuelve dinámico y móvil, instante perpetuo.
Belliard evidencia cómo filósofos y escritores de renombre como Hegel, Nietzsche, Heidegger, Proust, Bergson, Machado y Bachelard, entre otros, influyeron en la concepción del tiempo y su centralidad en la obra escrita de Paz. A ello se suma, haciéndose troncal, la forma mítica en que la cultura azteca concibió y calendarizó el tiempo, entendido, más que como circularidad que se repite, que recomienza, como un eterno retorno de lo distinto, lo impredecible. Cabe destacar también la influencia del hinduismo y el budismo en su particular idea circular del tiempo, desmarcándose de la linealidad que en este orden decreta la cultura judeocristiana.
Sin embargo, es del talante de individuo consciente de su tiempo y de su actitud crítica frente a la modernidad de donde se forja la relevancia que Paz imprime a la espacialidad y la temporalidad como categorías fundamentales de la cultura y la sociedad del siglo XX. De ahí que, en vez de incierto, como lo tilda el pensamiento social, el poeta y pensador haya visto en su presente un tiempo “nublado”, en el que ninguno de los dos relatos sobre el progreso, ya fuera el capitalismo o ya fuera el socialismo real, habrían de conducir al individuo hacia la auténtica libertad.
Para Paz, y Belliard lo resalta agudamente, el tiempo es sinónimo de perpetuidad transmutada en instante, que es, a su vez, movimiento perpetuo. El espacio, como metáfora del movimiento, es tiempo de fijeza, pero, también, fijeza momentánea que se diluye en el tiempo. De esta forma construye, por un lado, su poética del instante, y por el otro, su poética de la circularidad (a las que añadiría una poética de la espacialidad), en cuyas concreciones como poemas o ensayos, la sensualidad y erotismo corporales, como la aspiración del sujeto a la libertad, tienen un papel determinante.
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