El once de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos se sentía bajo ataque, el entonces presidente George W. Bush le habló a la nación desde la Casa Blanca.
En ese momento que vivía una potencia militar que nunca antes había sido atacada así en su propio territorio, todos los expresidentes vivos de Estados Unidos se colocaron al lado del entonces presidente Bush.
Se dan dos cosas para que eso fuera posible: la figura del Presidente representa al liderazgo nacional y los expresidentes disfruntan de un retiro honroso.
Demócratas o republicanos, se tienen como expresidentes, a los que se les guarda respeto, incluso los que salieron por la puerta de atrás como fue el caso de Richard Nixon, quien murió siendo respetado y distinguido por todos sus sucesores.
La cultura estadounidense valora y distingue el servicio prestado por los expresidentes.
En República Dominicana, en cambio, asumir la Presidencia de la República es como montarse en un tigre que al desmontarse corre el riesgo de ser devorado.
Ningún expresidente ha podido salir a un placentero retiro, porque inmediatamente se convierte en un objetivo. Algunos dirán que eso es porque eventualmente pueden regresar y por tanto hay que aniquilarlos. Otros, en cambio, dirán que los expresidentes deben mantener vivas las posibilidades de retorno como forma de mostrar garras ante el tigre que quisidera devorarlos.
Cualquiera que sea la lectura, lo cierto es que en República Dominicana los expresidentes viven con grandes sobresaltos y poco reconocimiento del servicio prestado a la nación.