El infortunio de los miserables

El infortunio de los miserables

El infortunio de los miserables

Antes de la Revolución Industrial los niveles de pobreza y mortalidad en Europa eran alarmantes. Hambruna, malnutrición, insalubridad y elevadas tasas de fallecimientos, son factores propios de la pobreza extrema. Sumados a la falta de educación y agua limpia, el infortunio de los miserables es indescriptible. El resultado termina siendo un dramático descenso de la esperanza de vida. El gran salto tecnológico aplicado a la industria, disipó, no obstante, los presagios maltusianos.

La producción alimentaria se disparó y la salubridad mejoró sustancialmente con la aparición de nuevos medicamentos y procedimientos clínicos. La pasteurización y la cadena de frío eran variables inconcebibles para Malthus. La producción mundial de alimentos da hoy para el doble de la población global.

Aún así, los beneficios del progreso siguen ausentes en grandes franjas de la humanidad. Los efectos de la desnutrición continúan allí minando la voluntad y las facultades intelectivas. aradójicamente, en países ricos se invierten cuantiosos recursos tratando de revertir patologías propias del bienestar excesivo. Obesidad y colesterol alto, son factores de riesgo que diezman millones de vidas al año por ingesta exagerada y sedentarismo.

Literalmente hablando, la felicidad no existe para algunos conglomerados humanos. Casi siete millones de infelices habitan en Togo. Son criaturas desdichadas en el último peldaño del Reporte Mundial de la Felicidad. Los togoleses son 63% menos felices que los suizos. En 2014 cayeron en el Índice de Desarrollo Humano 166, seguidos por Haití, de un máximo de 187 que corresponde a Níger. Los 17 millones de nigerianos son 49% menos felices que los noruegos, cuyo IDH es el mayor.

Un niño que nace en Zambia tiene hoy menos probabilidad de cumplir treinta años que un pequeño alumbrado en 1840, hace 175, en Inglaterra. Se trata de una brecha dramática revelada por el PNUD en el 2005. Sugiere un mapa de desigualdades con marcada asimetría en la repartición de la prosperidad de los últimos dos siglos tras diseminarse la Revolución Industrial.

Un panorama más lúgubre subyace bajo otras variables que traslucen con mayor nitidez la vulnerabilidad de muchas gentes llegadas a este planeta azul. Nacen al parecer condenadas a cumplir una pena azarosa impuesta en otro rincón del cosmos. Una sexta parte de la población mundial, superior a 1,200 millones de miserables, padece todavía de hambre y malnutrición; continúa abatida por pandemias endémicas del subdesarrollo.

En países avanzados, el agua potable se alterna olímpicamente con un sinnúmero de bebidas industrializas. Hay sin embargo cerca de 2,400 millones de desafortunados languideciendo en otras latitudes por no disponer del vital líquido. Resolver las necesidades diarias con apenas un dólar y cuarto, es la triste realidad de más de 1,400 millones de depauperados que subsisten por debajo del umbral de pobreza.

Hoy el hombre da pasos gigantescos en el campo de la singularidad tecnológica; domina la biotecnología, la robótica y la nanotecnología. ¿Cuáles factores determinan entonces que millones de individuos permanezcan atrapados en las oscuras cavernas del paleolítico? Los Objetivos de Desarrollo del Milenio buscaban reducir a la mitad para 2015 el número de hambrientos y de desamparados que subsisten con menos de un dólar diario.

Once millones de niños, no obstante, mueren anualmente antes de cumplir cinco años. Los miserables de Víctor Hugo no solo estaban en París; eran un enjambre planetario de más de 2,200 millones de infelices que en 2014 vivían en situación de pobreza multidimensional o cercana a ella. Son despojos reciclables marginados del progreso; un inventario renovable de guiñapos que representa el 30% de la población mundial. En ese porcentaje asombroso se perpetúa el infortunio de los miserables.



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