Cada vez que un colega extranjero me pregunta cómo anda la libertad de prensa en mi país, le respondo sin titubear: ¡Muy bien! Los periodistas y los demás ciudadanos gozamos de plena libertad para decir todo lo que queramos, criticar al Gobierno, hacer denuncias de corrupción administrativa, investigar casos oscuros y expresar nuestros desacuerdos con los poderes del Estado.
Sólo hay un pequeño detalle, y es que ¡nadie nos hace caso!.
La amargura que me invade cuando pienso en esa triste realidad, asomó nuevamente hace un par de días, en un escenario diferente, cuando escuché en el clásico almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio al reputado intelectual y consultor francés Jacques Attali comentar sus recomendaciones al Gobierno dominicano para alcanzar en un plazo razonable el pleno desarrollo institucional y económico del país.
Hay que recordar que Attali es un académico reconocido a nivel internacional, que no está aquí por su cuenta, sino que vino llamado y contratado por el gobierno para oír sus sabios consejos.
¿Y qué dijo monsieur Attali? Dijo, entre otras cosas, que hay que restaurar la confianza en las instituciones, crear servicios públicos de calidad y proveer a las generaciones futuras con una buena educación, incluyendo la aplicación del 4% del PIB.
Otras medidas indispensables para alcanzar el desarrollo, según el experto, son la eliminación del barrilito de los legisladores y la drástica supresión de centenares de viceministerios y de cargos diplomáticos innecesarios.
Como puede apreciarse por esta apretadísima síntesis del informe Attali, no se trata de nada del otro mundo, no se está pidiendo un imposible.
Pero aquí vuelve a asomar la amargura de la que hablo al principio de estas líneas, pues temo que, como ocurre con la libertad de prensa de que disfrutamos, nadie hará caso de las recomendaciones del francés.