El imperio del prefijo hiper
Era miércoles. Iba de vacaciones y el otoño estaba a punto de adueñarse del paisaje.
Me encuentro leyendo a Gilles Lipovetsky en una cómoda sala de esparcimiento de Short Hills, un enorme centro comercial de New Jersey, Estados Unidos, la meca del consumismo mundial.
Una sociedad en la que situaciones como fin de semana, asueto, ceremoniales emotivos como San Valentín, Navidad o cambios de estación del año se reducen a ir de compras, comprar por Internet, visitar tiendas: consumir.
Conceptos como era del hiperconsumo, gente hiperindividualista, sociedad hipermoderna, insuficiencia (hiperconsumista) perpetua, era de la hipervelocidad, hiperhedonismo son los empleados por el filósofo francés de origen ruso, autor, entre otros brillantes estudios de la sociedad y el ser humano actuales, de libros como “La era del vacío”, “El imperio de lo efímero”, “El crepúsculo del deber”, “Los tiempos hipermodernos”, “La felicidad paradójica” y la “Sociedad de la decepción”.
Me encuentro, insisto, en un espacio emblemático de la sociedad hiperconsumista e hiperindividualista. Leo, tomo notas en mi BlackBerry, subrayo líneas y de vez en cuando levanto la mirada, poseído por la música que ambienta el interior de la plaza, al tiempo que veo una madre que pasa con su niño en un cochecito tomando un Caffe Latte de Starbucks; un señor, con pinta de veterano de una de las tantas guerras yanquis, que habla por su teléfono móvil; una joven de cuerpo top model que camina con varios bolsos de tiendas de marca entre los brazos; un joven hindú extasiado ante las vitrinas luminosas de Dolce & Gabbana, Abercrombie & Fitch, Hugo Boss y un Porsche Boxster S, último modelo, que puede ser tuyo producto de tus compras en el mall.
Un paisaje típico de la banalidad, la fluidez, lo efímero y el lujo consumista que, una vez satisfecho, crea nuevas e infinitas necesidades de más consumo, más desecho, más satisfacción volátil en una espiral que no tiene final.
Todo parece calculado, cómodo y alegre en este ambiente. Sin embargo, mi simple mirada sobre los rostros autómatas y la angustia de los dependientes de las tiendas me da señales contrarias, paradójicas, talvez.
Y me digo, si el hiperconsumo es la píldora de la felicidad de los hiperindividualistas de hoy, ¿por qué se me presentan tan adustos, serios, distraídos, escépticos, decepcionados estos seres?
No será, que no por consumir cada día más llegamos a ser cada vez más felices. En efecto.
La felicidad se nos escapa, con hipervelocidad, de las manos que ya escogieron el producto que creímos panacea de nuestra melancolía y nuestra angustia.
Estamos padeciendo la dictadura del marketing, no solo en la dinámica del mercado, sino, en la fenomenología del espíritu.
La afición al consumo per se, en sí mismo, y la reducción de la vida contemporánea o posmoderna, así como de la civilización actual o de la era tecnológica o de la imagen a la barbarie del culto a la utilidad, la eficiencia y la productividad creciente nos han convertido en seres cada vez más tristes, desconcertados, melancólicos y creativa y afectivamente inútiles.
Esto parecería contradictorio, paradójico, un problema. No obstante, es importante analizarlo porque deja entrever que el hiperconsumismo y el hiperindividualismo no han carcomido por completo la madera preciosa del espíritu sociable, solidario inclinado a lo simple del ser humano.
¿Llegará, como maná del cielo, o bien, por construcción social con arraigo histórico, la era del poshiperconsumismo y el poshiperindividualismo? Talvez. Pero, ¿para seguir hacia dónde? ¿Hacia el alterhipoconsumismo (o bajo consumismo) y el alterhiperindividualismo (o espíritu gregario) de una sociedad hipervolátil e hiperefímera? Talvez.
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