El imperativo de sanar la sociedad

El imperativo de sanar la sociedad

El imperativo de sanar la sociedad

Roberto Marcallé Abreu

Apenas pude conciliar el sueño, anoche. Una razón extraña: amigos recientes de Nicaragua, país en el que represento a República Dominicana , me obsequiaron una visita a uno de los principales volcanes en estado pasivo-activo de esta singular nación que ha sido bautizada con el nombre de “tierra de volcanes”.

Se asciende hasta el lugar por una carretera sinuosa aunque impecablemente asfaltada, y señalizada rodeada de árboles y arbustos desde la que se puede apreciar, en algunos momentos, las luces de Managua, la capital.

Es un lugar turístico que es visitado por miles de personas. El sitio es vigilado y cuidado de manera rigurosa para preservar la seguridad de los visitantes y resulta estimulante la fría temperatura de montaña, la cerrada y cuidada vegetación del entorno, la belleza inigualable del conjunto. En el parque, en lo alto, la oscuridad es casi absoluta.

Mirar desde esas alturas ese pozo de lava ardiente, allá, en el fondo del abismo, aunque no tan lejos y que resplandece en la negrura, es en verdad tan emocionante como estremecedor.

Como es lo lógico, pensé en diversos lugares con características únicas de República Dominicana en los que se puede realizar una labor similar o parecida.

De hecho, me vienen a la mente tres o cuatro donde se ha hecho alguna clase de arreglos significativos como son los casos de “La cueva de las maravillas”, (una vez amenazada por los voraces intereses de siempre), el parque de “Los tres ojos” que, según he sabido, fue profundamente remodelado por la administración municipal anterior, y la ciudad de piedra Altos de Chavón, un monumento a la belleza y la imaginación y a la que nunca faltan numerosos visitantes. Vale citar las excursiones para ver de cerca a las “ballenas jorobadas” en Samaná.

Me pregunto ahora por el destino del “Salto de Baiguate” una cascada de una belleza singular que en los últimos años estaba en grave estado de decaimiento, al igual que “El Salto de Jimenoa” y el salto y la laguna de “El Limón” en Samaná que, según noticias de meses atrás, debido a la actividad agrícola y ganadera, estaban degradándose de manera progresiva.
Estamos en una etapa de la vida del país en la que precisa una alta dosis de creatividad para emprender nuevos caminos.

Hace algún tiempo, sostuve una fructífera conversación con un banquero de gran visión sobre la situación de nuestros países y coincidimos en la necesidad de elaborar nuevos y diferentes paradigmas que nos permitan enfrentar los graves retos de tiempos desbordados de incógnitas e incertidumbre.

Hay que dar las gracias a Dios que nuestras actuales autoridades están en el deber de simbolizar “un después” que devuelva a la nación dominicana su verdadero rostro libre de las llagas y graves distorsiones del pasado.

En este contexto, el que se haga justicia a quienes desfalcaron las arcas del Estado, se actualicen y modernicen las instituciones, se coloque al pueblo dominicano en el primer lugar de todas las prioridades del ejercicio público, el que se rescate a millones de personas de su estado de decaimiento social, indefensión y abandono, se recupere el dinero y las propiedades sustraidos son propósitos fundamentales.

Por diversas fuentes y estudios elaborados que me han mencionado pero que no he tenido la oportunidad de revisar con detenimiento, he sido informado de que, a consecuencia de los traumáticos eventos de la pandemia, un sector esencial para el restablecimiento de la paz, el orden y el progreso en la República Dominicana, la familia, ha quedado gravemente afectada.

Insisto en que no poseo las cifras exactas, pero se me ha dicho que los números relativos a divorcios, separaciones, familias destrozadas, hijos abandonados, son sustancial y peligrosamente elevados.



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