Muchos años atrás, en el entorno de Cristo Rey, la ciudad tenía un vecindario hecho de casuchas al que iban a dar las aguas pluviales desde que llovía corrido durante una hora por lo menos.
En las salas de prensa de los periódicos, al final del decenio de los 80, la salida a cubrir las inundaciones en Hoyo de Chulín parecía un hecho automático y al día siguiente de un buen aguacero podía encontrarse en las portadas una fotografía de gente batallando con el agua y el lodo dentro de las casuchas.
La intervención de aquel arrabal se produjo en el primer tramo de la administración de los diez años de Joaquín Balaguer y desde entonces se le conoce como Nueva Isabela.
Como entonces, ahora llueve por el paso de una onda tropical, una tormenta, un huracán o una vaguada y las inundaciones están por todas partes.
Se inundan las casuchas armadas junto a los ríos, las cañadas se meten por todas partes, las calles recogen grandes torrentes que arrastran vehículos de motor, algunas avenidas parecen lagos a donde van a dar en ocasiones incautos conductores y estacionamientos de plazas y condominios se convierten en ahogaderos de vehículos.
Tenemos muchos Chulín.
Algo ha fallado en el manejo de las aguas y todo no puede ser culpa de los ingenieros.