No hay día en que no aparezca en los periódicos alguna noticia dando cuenta de una golpiza propinada por un hombre celoso a su pareja, cuando no de un feminicidio con su trágica secuela natural.
Parece oportuno, pues, recordar que la madre de cada uno de nosotros fue una mujer, y que solamente eso debería ser motivo de respeto y amor hacia el género femenino en general.
A continuación les ofrezco las geniales comparaciones que hace el gran escritor francés Víctor Hugo en su libro Odas y baladas, en las que establece las claras diferencias que existen entre el hombre y la mujer.
Para Víctor Hugo, el hombre es la más elevada de todas las criaturas, pero la mujer es el más sublime de todos los ideales.
Dios hizo para el hombre un trono, para la mujer un altar. El trono exalta, el altar santifica, escribe el gran pensador francés, y sigue:
El hombre es el cerebro; la mujer el corazón. El cerebro fabrica la luz y el corazón produce el amor. La luz fecunda; y el amor resucita.
El hombre es genio, la mujer ángel. El genio es inmesurable; el ángel es indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema gloria. La aspiración de la mujer es la virtud extrema. La gloria hace todo lo posible; la virtud hace todo lo divino.
El hombre tiene la supremacía. La mujer, la preferencia. La supremacía significa la fuerza; la preferencia la representa el derecho.
El hombre es fuerte por la razón; la mujer es invencible por las lágrimas. La razón convence; las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer de todos los martirios. El heroísmo ennoblece, el martirio sublimiza.
El hombre es un código, la mujer un evangelio. El código corrige; el evangelio perfecciona.
El hombre es un templo, la mujer un sagrario. Ante el templo nos descubrimos, ante el sagrario nos arrodillamos.