A raíz de haber publicado en esta columna mis pareceres adversos a la ejecución del Himno Nacional en todos los juegos de pelota, he recibido muchas opiniones a favor y otras en contra.
No voy a hablar de las que coinciden conmigo en que no hay razón para interpretar en el play la Canción de la Patria, que es uno de los símbolos nacionales consagrados por la Constitución.
De las que me rebaten, sí: casi todas ellas coinciden en que el Himno en el estadio contribuye a familiarizarlo con el pueblo, especialmente con la juventud y los niños. Y yo le agrego a ese argumento: Sí, el Himno reburujao con las bailarinas eróticas es una buena enseñanza.
Para concluir con el tema, que alguien me diga también si está de acuerdo con que en algunas galleras (eufemísticamente llamadas coliseos gallísticos) también se toque y cante el Himno Nacional antes de empezar la jornada de peleas de gallos.
Esa es otra blasfemia, al igual que sepultar con la Bandera Nacional a cualquiera, sin una valoración oficial de la conducta del difunto, de acuerdo con las leyes.
Pero, como dice el anuncio de un ron, este es un país muy especial: la República Dominicana, donde todo el mundo hace lo que le da la gana.