No puedo olvidar aquel mediodía en La Vega, cuando, sentados todos ya ante la suculenta mesa, entró por el patio de la casa una harapienta doñita pidiendo limosna, y la anfitriona, con la más sana intención, le dijo: Vuelva el sábado, hermana, a lo que la pordiosera murmuró: Esto no es cuestión de sábado, es cuestión de hambre.
Y es que el hambre no sabe esperar. El episodio narrado más arriba me vino automáticamente a la memoria cuando me enteré de que la comunidad internacional decidió posponer por varios meses más la anunciada reunión para decidir la suerte de Haití, que mientras tanto se muere de hambre, de enfermedades, de carencias y de angustias, a causa del terremoto del mes pasado.
Mientras tanto, se llevarán a cabo una y otra y otra reuniones preliminares, preparatorias de las que vienen más atrás. Eso significa viajes de comisiones diplomáticas, viáticos, pasajes, hoteles, gastos de representación, papelería, intérpretes, etcétera, etcétera, mientras los haitianos siguen durmiendo en el suelo del estadio de fútbol, los más afortunados.
La burocracia internacional se lo lleva todo. Los damnificados, que tengan paciencia, mientras los burócratas cobran puntualmente sus emolumentos y dietas extra por trabajar los días feriados.
Vuelva el sábado, decía la buena señora de La Vega a la infeliz mujer que pedía un plato de comida.
Nos vemos dentro de tres meses, dicen hoy las grandes potencias a los haitianos que, desesperados, tocan a sus puertas.
¡Qué mundo tan cruel!
El hambre no espera