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El habla popular en una poesía culta

José Mármol Por José Mármol
El habla popular en una poesía culta
📷 José Mármol

Las lenguas, como las culturas, las sociedades y los individuos son entidades dinámicas, en constante evolución, enriquecimiento y expansión sistémicos.

En una lengua, cada edición del diccionario publicado en cierto tiempo por su institución académica oficial incorpora cientos o miles de neologismos que representan el acto de nombrar, y por tanto, una más abarcadora comprensión del mundo que nos rodea y la posibilidad de comunicarlo.

Lo hemos visto en la trigésimo tercera edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE, 2014), llamado Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

Esto así, solo para referirme al léxico como uno de los diferentes aspectos descriptivos básicos de una lengua. El habla y la escritura se enriquecen mutuamente. La poesía evoluciona con el lenguaje que la funda.

Se suele pensar que entre el nivel de lengua denominado culto o escrito y el llamado popular o del habla cotidiana existe una frontera rígida, marcada con muros infranqueables. Afortunadamente, no es así.

El habla y la escritura, el lenguaje popular y el culto, lo llano y lo encumbrado en el orden lingüístico suelen mezclarse y de su roce surgir nuevos giros idiomáticos o expresivos que dan frescos matices, tonalidades y sonidos a la lengua como sistema de símbolos por excelencia en una cultura.

De entre los poetas dominicanos a horcajadas entre los siglos XX y XXI el más señero en explorar las posibilidades poéticas del lenguaje ordinario o del habla cotidiana, y uno de los más prolíficos que haya conocido nuestra literatura lo es, sin dudas, Alexis Gómez-Rosa (1950), miembro destacado de la Poesía de Posguerra, y al mismo tiempo su voz más ecléctica, experimental y abarcadora de la tradición y la ruptura en la poesía local y universal. Su escritura está arraigada al linaje de Vigil Díaz, el Postumismo, la Poesía Sorprendida, Héctor Incháustegui y el Pluralismo, para solo citar episodios relevantes locales.

La escritura de Gómez-Rosa es un tejido expresivo que conjuga, con acierto, dominio de la técnica y gracejo, el donaire de la poesía que se asume como manifestación más elevada de la lengua en una cultura, y al mismo tiempo, revelación de la sensibilidad estética hallada en la lengua de uso diario, el lenguaje de la calle, el nivel de habla vulgar e incluso, el refranero popular.

Y esto, que se sepa, no es un arte fácil ni producto de la espontaneidad. Se trata de una poética bien pensada y bien articulada, que hace de la lengua escrita un cuerpo con pulso social, sensibilidad y belleza.

Las obras de 2014 de este poeta, digna representación nuestra en escenarios internacionales de lo más granado de la creación iberoamericana, a saber, “Prosas de un peso welter, 147 libras en formato de libro” (Editorial Gente) y “Máquina Olandera y otras olas de lava & lanman” (Editorial Gente) antes que ralentizar, por mor del paso del tiempo, atizan, más bien, la propuesta poética de un lenguaje que, entre lo virtuoso del inconsciente colectivo y la individuación del creador que atina en los poderes y saberes de la lengua el propósito de la escritura, persiste en hurgar en el habla de la gente del pueblo un filón estético explotado y cincelado con esmero, originalidad y, como era de esperar de un temperamento como el suyo, con la fruición y el deleite propios de un lector empedernido de la mejor poesía en todos los tiempos y culturas y un espíritu que se goza, incluso, la tristeza de vivir.

Leerlos es una aventura entre lo común del habla y la exquisitez del verso escrito.

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