Soy un crítico de los autores que solo escriben sin leer. Y de esos está lleno el reino de las letras universales y el país cultural dominicano, es decir, de escritores no lectores.
Borges se hizo célebre por todo lo que leyó y releyó, hasta el punto que llegó a concebir el mundo como una biblioteca, a pesar de su proverbial ceguera. Prefiero los lectores que no escriben a los escritores que no leen. No son pocos los autores nuestros que escriben diariamente, tras la caza de un premio literario nacional o internacional o un contrato editorial.
Muchas veces los mejores lectores y bibliófilos no son nuestros autores sino los médicos, los abogados, las mujeres o los empresarios. Mario Vargas Llosa refiere que cuando asiste a ferias del libro, siempre se le acerca un hombre para pedirle su firma para la esposa o la novia, lo que parece ser que las mujeres están leyendo más que los hombres, según el Nobel de Literatura.
Sin lectura no hay escritura que valga. La lectura es la moral de la escritura. La literatura –salta a la vista- se alimenta de la vida, y también de los libros: de experiencias de lectura y de la contemplación viva. No puede haber tradición escrita sin una tradición lectora, y antes, oral.
Hay en nuestro país letrado intelectuales que nunca han visitado una librería.
La prueba la tienen los libreros. Tampoco van a las bibliotecas. ¿Dónde leen? ¿Dónde se han forjado? Ni qué decir de nuestros profesores escolares y universitarios. Sin buenos profesores-lectores, indudablemente, que no habrá buenos alumnos, y mucho menos, escritores.
En síntesis, sin lectores no habrá, pues, en una palabra, escritores. Bastaría hacer una encuesta y veríamos que pocos intelectuales visitan librerías, bibliotecas o las ferias del libro, el evento más grande de la cultura dominicana, la única fiesta de la lectura y la mayor expresión bibliográfica anual del país.
De ahí, con razón, la queja de los libreros. En el ranking internacional, nuestro país, desafortunadamente, anda a la zaga en materia de lectura, y lo prueban los estudios.
No pocos de nuestros doctores egresados de universidades europeas y americanas tienen un desfase insólito y una desactualización inenarrable.
Hace más de veinte años que perdieron el rumbo de la poesía, el ensayo o la narrativa hispanoamericana, pero aparentan estar informados de todo lo acontecido en el panorama de las letras universales.
Algunos, desde su graduación, no han vuelto a tocar un libro o producir intelectualmente.
Se creen que lo leyeron todo y que lo saben todo. Reaccionan como terroristas intelectuales cuando un joven, sin grado doctoral, pero informado y “ratón de bibliotecas” -o de librerías-, le espeta o refuta.
Estos intelectuales de esta estirpe perdieron la motivación y el impulso, se acomodaron a la inercia del medio social nuestro, a la inexistente competencia profesional, y, a lo sumo, algunos solo escriben ocasionalmente en la prensa, y pocos lo hacen para revistas especializadas de USA o Europa. O los ha adocenado el poder o la academia.
Proverbial es el modelo de nuestros historiadores, que acaso porque solo se especializan en historia dominicana -y los libros dominicanos son más comunes, aparecen en las bibliotecas y muchos autores los regalan- y como no se especializan en la historia universal, no muestran interés por otras disciplinas, y mucho menos, por adquirir libros de otras aéreas.
Muy pocos se especializan en la historia universal, africana, europea o asiática, acaso porque no da prestigio ni genera competencia intelectual en nuestro medio cultural,