En el ámbito de la educación abundan las ideas, y una de las dificultades a la hora de aterrizar un sistema de enseñanza en uno cualquiera de nuestros países es establecer una cierta correspondencia entre la idiosincrasia y las líneas generales establecidas con la ruta a seguir.
Un pensador de la pedagogía puede tener un punto de vista luminoso en relación con la enseñanza y esta manera de ver tal vez sea de provecho en una época, en un sector de la sociedad, o para el sistema completo de la educación.
Entre nosotros el caso señero debe ser el de Eugenio María de Hostos —el señor Hostos, como era nombrado por la gran consideración de la que se hizo merecedor—, quien en su momento dotó de ideas y sistematicidad a la educación pública en el país.
La educación es clave para la buena calidad de la vida en sociedad.
En realidad nadie puede vivir como mejor le parece, sino conforme a reglas que permitan el establecimiento de límites comprensibles a la libertad personal y al poder de las instituciones para facilitar el acomodamiento de todos en un espacio limitado como puede serlo el de una comunidad o un país.
Mientras más alto es el estándar de la educación, más fácil resultará la comprensión de la importancia de las normas, o las reglas, para la convivencia.
En una entrevista reciente con los medios del Grupo de Comunicaciones Corripio, el ministro de Educación, Ángel Hernández, ha hablado de su interés en que la educación dominicana esté centrada en los estudiante y este es un punto luminoso que ojalá alumbre las cabezas de todos durante mucho tiempo.
Ponerla a girar en torno de la corriente internacional de moda, los intereses de organismos foráneos, la construcción de edificios, compras y contrataciones o las demandas materiales de los maestros, es perfectamente posible, pero inútil y éticamente reprobable.