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El espíritu de Yenán

Rafael Chaljub Mejìa
📷 Rafael Chaljub Mejìa

Permítanme contar de nuevo otra de las experiencias que viví en China hace cuarenta y siete años. Desde Pekín y tras la celebración de la fiesta nacional del primero de octubre, junto a los doce compañeros del Catorce de Junio enviados a estudiar a ese país, nuestros guías nos llevaron a la ciudad de Yenán, punto emblemático de la guerra revolucionaria, capital de la provincia Chen-Sí, rodeada de sinuosas y empinadas montañas.

Yenán fue punto culminante de la Gran Marcha, retirada estratégica de doce mil quinientos kilómetros que, a través de once provincias, bajo las órdenes de Mao Tse-tung, hizo el Ejercito Rojo desde octubre de 1934, hasta octubre de 1935, bajo el acoso incesante de las tropas de Chiang Kai-Shek.

En Yenán tuvo su sede el Comité Central del Partido Comunista de China durante doce años. Allí vivieron en cuevas artificiales, en condiciones sumamente duras, Mao Tse-tung, el mariscal Chu Te, Chou En-Lai y otros altos dirigentes. Se conservaban como reliquias objetos personales usados por ellos en aquellos tiempos heroicos.

Todo cuidadosamente guardado. Desde el prado en el que Mao Tse-tung cosechaba legumbres, hasta el local del célebre Foro de Yenan, donde Mao dictó sus famosas Charlas Sobre Arte y Literatura.

La sala en que sesionó el séptimo congreso del PCCh en 1945, mesas, bancos, banderas y consignas en las paredes.

Había un ostensible esfuerzo por conservarlo todo lo más cercano posible a como estaba en los tiempos del congreso.

Con un dejo de solemnidad inquebrantable, se hablaba del espíritu de Yenán, para reverenciar el coraje que necesitaron los forjadores de ese espíritu para luchar sin rendirse en medio de la vida casi estoica que llevaron.

Cada año, cientos de millares de visitantes, iban a aquella antigua base de apoyo del Ejército Rojo, a aprender de la herencia dejada por los que en otros tiempos, a golpe de tenacidad y de constancia, forjaron lo que los camaradas chinos, con mucho orgullo y la más alta reverencia, llamaban el espíritu de Yenán.

Qué habrá ocurrido con todo aquello que antes se exhibió como un símbolo. Pienso en si las tierras del vallesito por donde caminé y la pagoda budista que en él se levantaba, habrán sido vendidas a precio vil al espíritu del mercado, que es el que se invoca en la China de estos tiempos.

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Rafael Chaljub Mejía

Columnista de El Día. Dirigente político y escritor.

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