Decir adiós a alguien o a algo que es importante nunca es fácil. Como coach de estilo de vida y consteladora familiar acompaño personas en sus procesos de duelo; les sirvo de apoyo.
Un duelo es una experiencia que muchas veces no tiene una manera explicable a los ojos de los demás.
¿Por qué sentimos lo que sentimos cuando ya no tenemos cerca eso que perdimos?
Creo que el duelo es profundamente egoísta.
No se trata de quien se fue o de lo que perdí; es sobre el “yo”. Lo que “yo” ya no podrá tener, ver, abrazar, disfrutar, etcétera.
El duelo muchas veces es sobre lo que el “yo” siente que no logró hacer a tiempo, o lo que cree que pudo haber hecho mejor y no hizo. Es sobre la impotencia y el juicio que el “yo” interno señala inclementemente sobre el yo consciente.
Sí, también es sobre los juicios que el “yo” también conocido como “ego” siente que los otros hacen desde afuera sobre las capacidades o como creemos que somos juzgados.
Hoy lo puedo sentir porque mi propio ego levanta el dedito acusador contra mi misma ante la pérdida humana de un alma noble que trascendió y a quien no pude acompañar físicamente. Ser acompañante del dolor ajeno, no aminora el dolor propio.
Sólo puedo aplicar a mi propia tristeza, las recomendaciones que ayudan a otros: canalizar a través de la escritura, acompañar a los más cercanos con el apoyo afectivo y económico.
Hacer un tributo a las virtudes de esa persona que físicamente ya no estará pero que dejó un legado en mi clan.
Agradecer por su vida tal como fue. Implorar por el descanso eterno. Un rito hermoso de despedida también trae consuelo al “yo” interno que llora por atención.