El dolor que por cualquier circunstancia nos afecta no debe ser un elemento que incida para conducirnos a la toma de decisiones apresuradas, subjetivas e irreflexivas, porque la casi totalidad de las veces son adoptadas a contracorriente y de manera imprudente, violando todos los protocolos de simple cortesía.
No es fácil explicar o comprender lo que se siente cuando el dolor invade nuestra mente y cuerpo, se puede afirmar que es un volcán que dosifica y somete a quienes lo sufren a penurias muchas veces insalvables.
Sin embargo, el dolor o los sentimientos que se generan son un indicio de las debilidades del humano ante la desgracia, una muestra de impotencia para luchar y salir hacia adelante.
Si no se asimila el dolor con todas sus lamentables consecuencias, se puede arribar a otros estadios más dolorosos, difíciles de superar, porque el dolor se combate con fortaleza espiritual, sin ofensas a los que pueden o quieren ayudar a salir de ese estado lamentable y penoso.
No todos tienen la capacidad de superar la desolación y el desconsuelo, porque aunque resulte ilógico, los buscan como aliados, para caer en una etapa de carencias y lástima.
Pasar por un episodio de dolor, que como consecuencia directa conlleva depresión, es una experiencia realmente tormentosa, teniendo en cuenta que te desconcentra, y se marchita o muere la ilusión, las ganas y comenzar un nuevo día puede convertirse en un verdadero infierno, donde el calor corroe a los más fuertes.
Cuando de repente el camino se torna tortuoso, zigzagueante, se debe superar a la mayor brevedad, porque el antídoto del dolor está en la mente, que de repente se convierte en el mejor medicamento para alcanzar los objetivos del futuro, ya que se quiera o no, el pasado es pasado.